lunes, 30 de diciembre de 2013

Hagamos el balance

Aunque todavía queden algo más de cinco minutos para la cuenta atrás y no esté en la Puerta del Sol bebiendo champán, un día como hoy me parece un momento perfecto para hacer el balance de lo bueno y malo que tanto repite la canción de Mecano estos días.

Después de una semana en casa, rodeada de familia y amigos (y no tan amigos) sé que quiero volver a mi rutina alemana. Uno de los principales miedos que tenía de estas pequeñas vacaciones era "¿y si no quiero volver?", ¿"y si la tranquilidad de mi casa gana a las broncas por posesión de piezas de legos de colores especiales?". Puedo decir desde aquí que no. Quiero volver, quiero seguir aprendiendo, quiero seguir discutiendo con los niños para abrazarnos como si no hubiera mañana a los cinco minutos. Pero antes de profundizar en todo esto, el balance.

¿Qué ha sido lo "peor" de estos meses como au pair? ¿Qué tendría que mejorar?

-La adaptación y la mini depresión. Estos procesos van de la mano, y aunque parece que a nosotras no nos va a tocar, nos toca. Mi HM ya me avisó que entre la tercera y la sexta semana es un periodo difícil y lo clavó totalmente. Después de llevar en Alemania un mes y pico, se me cayó el mundo a los pies. El origen de mi desconsuelo fue que las cosas no salían como yo quería o, mejor dicho, como yo esperaba. Yo pensaba que después de un mes allí ya lo entendería todo, hablaría semiperfectamente y podría tener una vida normal. Ya os podéis imaginar que esto, evidentemente, no fue así. No sé si fue por autosugestión o porque realmente no entendía nada, pero no podía comunicarme. Lo entendía todo por el contexto, es decir, entendía una palabra y ya suponía lo que quería decir todo. Eso me llevó a una inseguridad constante porque siempre tenía la sensación de que me perdía algo, de que había algo que no había hecho o que simplemente no había entendido bien. Y como todo, esto era un círculo vicioso: no hablaba porque no hablaba bien, no hablaba bien porque no hablaba. Y así. Por suerte un día (después de tres meses allí y cuando estaba a punto de volver para navidades) mi cabeza hizo click y empecé a entender relativamente todo, dejó de darme vergüenza preguntar por esto o por lo otro, dejó de darme vergüenza hablar mal. ¿Sabéis por qué? Yo tampoco.
Si alguien pasó por esto, sabrá de lo que hablo. Si alguien todavía no se ha ido pero está a punto, que no se preocupe, que estos momento son los que nos ayudan a darnos cuenta de lo que realmente queremos. Si alguien está pasando por este periodo, que no se preocupe, porque igual que viene, se va.

-Las peleas con los niños. Si no lo he dicho antes, lo digo ahora, yo no había cuidado de un niño en mi vida. Pero sí que sabía lo que tenía que saber y lo más importante: esto no es un trabajo sencillo. Pero claro, la teoría es una cosa y la práctica otra... Mi carácter y el de los niños (unido a esa minidepresión, que lo complicó todo) chocaron demasiado, haciendo que muchas veces tuviera grandes peleas con ellos por cosas que, reconozco, no eran para tanto. Este nuevo año espero no tener tantos problemas con ellos y disfrutar de sus ocurrencias y sus juegos (que para tener 6 años a veces hacen construcciones que ni un ingeniero cualificado, ojocuidao)

-Abusar demasiado del español. Todas nos venimos con la idea de no hablar ni una palabra de español. No, no, no, nada de español. Solo de vez en cuando, al hablar por skype con nuestra familia, enviar un correo y poco más. Bueno, yo quiero confesar que he abusado totalmente del español. Es más (y aquí es cuando os escandalizáis y os ponéis la mano sobre la boca con una expresión de horror) hay días que he hablado más español que alemán, y no pocos. 

-Conocer gente nueva. Llegamos con la ilusión de tener un grupo de amigos con nacionalidades de lo más variadas y poder hablar alemán (o el idioma respectivo, claro) las 24 horas del día. Bueno, ya podéis imaginar que esto no ha sido así. No sé si la suerte no estuvo de mi lado o que el grupo internacional todavía me está esperando, pero es inevitable juntarse con españoles cuando al mínimo "hombre, ¿qué  hace un español por aquí?" ya te has ganado un amigo. Que sí, que me estaréis recriminando que hay más formas de conocer otra gente y de practicar más. Ya lo sé, pero llega un momento que te aferras a lo que conoces por miedo a lo desconocido. Y sí que es verdad que debería haber salido a buscarlo en lugar de esperar a que llovieran del cielo.

¿Qué ha sido lo bueno de este año? ¿Qué me gustaría que se repitiera?

-Salir de casa. Parece una tontería, pero para mí esto ha sido un paso de gigante. No solo por la decisión de coger las maletas, sino por toda la "oposición" que he tenido desde que me fui. Si hay algo de lo que estoy orgullosa, es de eso.

-La familia. Yo me quejo, porque soy muy quejica. Pero sé que no podría estar mejor en otra familia. Me dan mi intimidad, respetan mi tiempo libre, me pagan mi sueldo puntualmente, me dan el bono mensual para viajar en tren cada primero de mes, se preocupan de que coma bien y de lo que me gusta, me compran Nesquik y mermelada de fresa... ¿Qué más se puede pedir? Mentiría si dijera que no hemos tenido problemas, pero ¿en qué casa no hay problemas?

-Los niños. Estos días, he hablado mucho de los niños. Que si dicen esto, que si dicen lo otro, que si se comportan así, que si se comportan asá. Hasta que una amiga me dijo "¡Ni que fueran tuyos!". Claro que no son míos, pero sí que se establece un vínculo au pair-niños que hasta ahora no sabía ni que existía. Que eso no quiere decir que haya días que acabe de ellos hasta las narices, con ganas de hacerme una ligadura de trompas con el cuchillo del queso. Pero los momentos buenos los ganan, y creo que no todos pueden decir algo así.

-La ciudad. Me encanta. Así, sin paños calientes. Me encanta Brühl (ya haré una entrada con fotos para dejaros con la boca abierta) y me encanta que esté tan cerca de Colonia, a la que considero como mi segunda ciudad. Este año espero pasar más tiempo en este pueblecillo, recorrerlo de arriba a abajo y empaparme de sus parques y jardines.

-La comida. Tenía que hacer un apartado especial para esto porque, de verdad, se lo merece. En mi familia (la de verdad) no se cocina mal, pero se cocina siempre lo mismo. Llevamos comiendo los mismos platos desde que tengo memoria y, claro, llegar a una casa donde cada semana hay algo diferente, platos distintos y riquísimos, ha sido una de las mejores cosas aquí. Y para ejemplificar mis palabras, sabed que hasta que no llevaba allí un mes y pico no repetimos plato.

Planes para el año que viene, propósitos y buenas intenciones.
Tengo la sensación de que escribiendo esto por aquí me sentiré obligada a cumplirlo.

-El alemán. Ya tengo fichados varios cursos de alemán que voy a hacer sí o sí. El año pasado solo hice uno y me supo a poco, así que este voy a sacar mis ahorros de debajo del colchón y los voy a invertir en cursos. Voy a hacer un curso de fonética (el que haya estudiado alemán sabe que esto no es un paseo), un curso de conversación y un curso intensivo de B2. Al final me decidí por repetir el B2 porque sé que todavía me falta mucha mucha base de vocabulario básico, expresiones del día a día...

-Deporte. Bueno, este era un aspecto en el que no estaba muy segura porque no soy nada fan del deporte. Pero ya que tengo tiempo libre, dinero y pocas ganas, voy a aprovechar para quitarme de encima los kilos de más y dejar de agotarme por subir las escaleras de la casa más rápido de lo normal.

-Viajar. Este año no he viajado nada. No por falta de ganas, sino por falta de compañía. Pero este año que entra intentaré viajar más, visitar más sitios y aprovechar que estoy en un país que me encanta. (Sé que alguien me va a matar, pero en todo este tiempo todavía no he ido a Bonn. Sí, yo también me odio por ello, ¡pero lo haré!).

-Conocer gente nueva y practicar más. Yo soy una miedosa, lo admito. Y eso de quedar con gente que no conozco o amigos de amigos me suena al principio de un capítulo de Mentes Criminales. Bueno, este año intentaré vencer ese miedo, hacer más tándems y conocer a más gente.

Me siento bastante optimista con todos estos propósitos. Ya sé lo que es estar mal y sin ganas de nada y sin querer seguir adelante. Ahora toca sentirse bien y disfrutar de la experiencia.

Y para que nos vayamos preparando para el año que entra, la banda sonora de toda casa española en Noche Vieja:


¡Feliz Año Nuevo a todos, caritas lindas!

martes, 17 de diciembre de 2013

¿Orgullo o deshonra?

No hay más que abrir un periódico para saber cómo está la situación en España. La frase "las cosas andan mu' mal por aquí" no tarda en salir cuando alguien habla sobre el presente y son muchos los que tienen (tenemos) un futuro incierto por delante. Ante la escasez de oportunidades y la presión de vivir en un país que cada día se desmorona más y más, son muchos los jóvenes (y no tan jóvenes) que se arman de valor, hacen la maleta y se marchan a otros países a buscar ese futuro que en España parece inalcanzable. Ya sea para aprender un idioma nuevo o encontrar un puesto de trabajo acorde con lo esperado, con la fecha de vuelta marcada en el calendario o sin una respuesta precisa ante la pregunta "¿cuándo vuelves?", con planes de futuro a largo plazo o con el  carpe diem por bandera, los motivos no faltan para dejar atrás lo conocido, coger un avión y adentrarse en los horrores y maravillas de un mundo nuevo. Muchos fracasan y vuelven a los meses con una sensación de derrota porque, quizás, no lo hayan intentado con todas sus fuerzas o porque, quizás, la suerte no ha estado de su parte; otros cumplen un ciclo, regresan a sus casas y continúan su vida como si solo hubieran pulsado el botón de pausa; algunos pocos, deseosos de aventura y nuevos aires, vuelven a cambiar de país para empaparse en una nueva cultura... Pero todos, TODOS tienen algo en común: el valor. Porque las cosas estarán como estarán, pero no todo el mundo se atreve (o no puede, pero ese es otro cantar)  a hacer la maleta. El idioma, el choque cultural o vivir sin jamón serrano, además de la familia y los amigos que se dejan atrás, son barreras gigantescas que no todo el mundo se atreve a traspasar. 

Después de prácticamente cuatro meses aquí, de haber pasado momentos buenos y no tan buenos, haber discutido, haber llorado y haber reído me siento au pair de verdad y quiero decir, y decirlo muy alto, que estoy muy orgullosa de ser lo que soy, de ser au pair. Y es que, si para emigrar hace falta valor, para ser au pair hace falta mucho más. No solo contamos con los problemas a los que todo emigrante se enfrenta, sino que además sumamos el hecho de vivir en una familia que, independientemente del país, tiene su propia idiosincrasia, sus defectos y sus virtudes; cuidamos a unos niños que, bueno, son niños; asumimos una serie de responsabilidades que antes no nos podríamos imaginar... Nos arriesgamos a caer en una familia que no nos proporcione la comida que necesitamos, que nos haga trabajar más de lo estipulado (y cuando digo trabajar no me refiero a hacer un par de horas extra a la semana, digo ser tratadas como unas criadas), a que la estancia se convierta en una tortura sin más salida que volver a casa con una decepción en la maleta. Son muchos los riesgos que corremos, porque por Skype o en fotos la familia puede parecer muy simpática, pero la realidad puede ser otra. Y puede que sí, que la familia sea la más encantadora del mundo, pero puedo asegurar que a las 7 de la mañana y con la legaña todavía puesta, las cosas no son tan bonitas (la convivencia, le pese a quien le pese, es un gran enemigo). A pesar de que mucha gente piensa que esto es un chollo ("¿Tú trabajas? Pero si solo cuidas de dos críos unas horicas y poco más") no es ni mucho menos tan fácil como parece.

¿Y por qué esta entrada? ¿Por qué hoy no me quejo del frío que hace o de las excentricidades de mi HM? ¿Por qué este arrebato de orgullo? Porque no hay nada peor que ser la deshonra de la familia. O por lo menos así es como me siento cuando mi madre me dice frases como: "no digas nada del sueldo a los abuelos, a ver si se van a pensar que estás ahí trabajando" o "yo le he dicho a la vecina que estás estudiando en una residencia, ¡qué no se piense que estás fregando platos!". Y como estas, muchas otras más. Fregaré platos, sí, y limpio mocos de vez en cuando, pero no por ello dejo de estar orgullosa de lo que hago. No por ello me parece que lo que hago no es digno de mencionar o, ni mucho menos, es algo que esconder. No me parece más indigno ser au pair que estudiante erasmus, o que cualquier otro trabajo. Las ganas que tenía de volver a casa se han esfumado después de escuchar frases como "acuérdate de que los tíos se piensan que estás estudiando, no se te vaya a escapar algo". Ahora mismo me invade una sensación de rabia y tristeza. Rabia porque no se dan cuenta del valor y la capacidad de decisión que hay que tener para estar en esta situación y tristeza porque no podré hablar abiertamente de todo lo que me gustaría, de mis niños, de sus chistes y sus comentarios. En cuanto baje del avión me convertiré en una malabarista, siempre atenta de las palabras que digo y de las que no digo, inventando mil y una mentiras para justificar que esté estudiando en el extranjero y viviendo en una familia. Como si tan raro fuera que hoy en día alguien tenga que buscar otras formas de salir para aprender un idioma que no sea el tan famoso erasmus o contrayendo una deuda de por vida.

No sé si habrá por ahí alguna otra "oveja negra", pero chicas (y chicos, claro) si es así, sentiros orgullosos de lo que hacemos, de las experiencias que vivimos, de todo lo que estamos aprendiendo y lo que todavía nos queda por aprender. Que nadie nos diga lo contrario, que nadie se avergüence. Y si, como en mi caso, es así, sentir lástima por esas personas que no ven más allá de sus narices y del que dirán.

sábado, 14 de diciembre de 2013

Vuelve, a casa vuelve, por Navidad

Puedo resumir los meses de noviembre y diciembre en una palabra: enfermera. Eso es lo que he sido estas últimas semanas, literalmente. 
En noviembre, uno de los pequeños se puso enfermo y me tuve que quedar con él prácticamente toda la semana (menos un día se que se lo llevó la abuela). Si habéis cuidado a niños os podréis imaginar el desgaste psicológico que esto supone. No solo tienes que quedarte en casa "y ya está". No. Tienes que estar con él, jugar con él, preguntarle constantemente si tiene hambre o sed, medirle la temperatura y sobre todo, acostumbrarte a ser el objetivo de sus rabietas: que si el termómetro está muy frío, que si la tostada lleva mucha mantequilla, que si los macarrones están muy calientes y 5 segundos después están frios... Y aunque llegué al punto de querer extrangularle, en estas situaciones hay que tener kilos y kilos de paciencia. Y es que el niño que está enfermo, y con enfermo me refiero a una fiebre infernal, temblores, pocas o nulas ganas de comer y otros síntomas que, a mi en algunos casos, llegaron a desbordarme, por ejemplo cuando la fiebre le subió a  más de 40º, no tiene otra forma de demostrarlo que llorando por todo y quejándose por todo (que, dicho sea de paso, no dista mucho de lo que hacen algunos adultos). Todo esto  formó un cóctel explosivo que desembocó en un niño llorando por una mezcla de dolor y aburrimiento y una au pair buscando desesperadamente algo con lo que entretenerlo. Pero no había nada porque, evidentemente, un niño con 40º de fiebre no quiere jugar a nada, ni hacer nada. Simplemente esperaba que chasqueara los dedos y se les pasara el dolor. Ya os podéis imaginar el cuadro. En esos momento recurrí a los recuerdos de mi infancia intentando buscar ayuda. ¿Qué hacía mi abuela cuando estaba tan enferma que no me podía levantar? Ponerme la tele. Parece la típica solución de "niño, ponte a ver la tele y déjame en paz", pero puedo asegurar que en esos momentos el niño lo necesita. Necesita algo con lo que entretenerse, dejar de pensar en los virus que le están recorriendo el cuerpo y, mientras tanto, poder estar tumbado o sentado tranquilamente. Más de una vez se me pasó la idea por la cabeza, lo reconozco, pero aquí la tele es un aparato demoníaco que capta las almas de los niños y los condena al fuego eterno. Así que nada de tele y mucha paciencia. 
Después de una semana con este panorama, llegó mi deseadísimo fin de semana. Lo NECESITABA, con letras mayúsculas y todo. Un día más así y no sé que hubiera sido de mí. Pero, inocente de mí, no me paré a pensar que los mellizos son unos envidiosos y todo lo que tiene uno lo tiene el otro. Así que la semana siguiente se puso enfermo el pequeño número 2 y vuelta a empezar (para más información, volver a leer desde línea 3). Además, este fue más difícil porque si bien es verdad que la tele está condenada el primero se entretenía mucho con los audiolibros, es decir, libros leídos en voz alta. Eso me dejaba un par de horas al día para hacer cosas tan necesarias como ducharme o recoger la cocina. Pero el pequeño número 2 no. Y lo entiendo, eso de escuchar así porque sí sin tener un punto al que mirar, a mí también me aburre (o mejor dicho, me entra sueño).

Milagrosamente, sobreviví a esas dos semanas sin muchas secuelas. Pero no os penséis que ahí se quedó la cosa, ni mucho menos. Después de una semana de tranquilidad absoluta, el pequeño 1 (qué difícil es diferenciar a los mellizos sin decir sus nombres, como no puedo decir "el mayor" o "el pequeño") se puso enfermo del estómago. Y nada, otra vez en casa y otra vez de enfermera, aunque esta vez solo fueron un par de días. Y, como ya habréis adivinado, luego se puso malo el otro y vuelta a empezar. Pero esto todavía no ha terminado. Al pequeño 1 le operaron la semana pasada (nació con problemas de espalda y necesita ser operado cada X meses), y esta semana se ha quedado en casa porque todavía lleva los puntos y no se sentía seguro al ir a la guardería. Por lo menos esta semana, dado que no está "enfermo" hemos estado jugando, decorando velas, escuchando villancicos (una y otra vez, el mismo CD de villancicos, UNA Y OTRA VEZ), jugando... Ha sido más ameno para los dos, y eso se agradece.  

Semana a semana hemos llegado, sin darme prácticamente cuenta, a los últimos días aquí antes de volver a casa después de casi cuatro meses. ¡Cómo pasa el tiempo!

Anécdotas y cosas a destacar de estos días:

Rompí un bol y me llamaron rompeboles. Hace una semana, estaba fregando un bol cuando se me resbaló de las manos, se cayó al fregadero y se rompió en cuatro trozos. Lo primero que pensé fue: qué golpe más tonto. Os puedo asegurar que la distancia desde la que cayó fueron unos 10 centímetros, más o menos. Como era un bol blanco, normal y corriente del  Ikea (vamos, que no tenía pinta de reliquia familia), no le di más importancia. Lo dejé a un lado para que el padre lo tirara en el cubo correspondiente (mis conocimientos de reciclaje no llegan a "porcelana" o similares) y ya está. Bueno, pues poco después el padre me preguntó que qué había pasado. Le expliqué lo ocurrido y me olvidé del tema. Pero a los dos días volvió a preguntarme. Mi cara fue como ¿eing? Me preguntó si es que el bol estaba frío y el agua caliente y que por el contraste de temperaturas se podía romper. Le dije que sí, que eso ya lo sabía (oye, que seré española, pero hasta ahí llegan mis conocimientos escolares), pero que simplemente se me había resbalado. Pues nada, ahora cada vez que friego algo y hago un ruido más fuerte de lo normal (un golpe, un algo) pregunta alarmado: ¿se ha roto? Me está entrando un complejo de Eduardo Manostijeras digno de psicólogo.

Los niños y las cenas. La semana que el pequeño 1 estuvo en el hospital, tuve que hacer la cena para el pequeño 2. Como aquí son muy de comer sano, el primer día le hice un sofrito de verduritas (que quede claro que era uno de mis platos favoritos de pequeña) que, no es porque lo cocinara yo, pero me quedó de cásting de MasterChef. Pues el pequeño 2 llegó a la mesa, lo vio, dijo que no le gustaba y no probó bocado. El padre, que estaba delante, tampoco le insistió mucho. Y ahí me quedé yo, cenando en silencio mientras el chiquillo se comía directamente el postre.Y ya que estoy, voy a aprovechar este párrafo para quejarme abiertamente. Mi HM cocina de lujo y además platos que no son "típicos" (mucha comida oriental, italiana, incluso algo ruso). Y los niños se lo comen. Bueno, pues cuando yo cocino arroz con salsa de tomate (casera, hecha por mí) o verduritas, no les gusta. Y ni si quiera lo prueban. Supongo que los padres darán por hecho que no he cogido una sartén en mi vida cuando a mí me encanta cocinar. Así que a partir de ahora voy a "cocinar" lo que sé que les gusta y dejo de complicarme la vida: macarrones con salsa al pesto (de bote, por supuesto), palitos de merluza, crepes y cuatro congelados al horno.

Amor infinito a los mercadillos de navidad. Los adoro. Me declaro fan incondicional. En Colonia hay más de 15, aunque no he tenido la oportunidad de ver más de 4. Aun así, el ambiente, los olores, los puestos, me encantan. Menos mal que vuelvo a casa la semana que viene, porque si no mi sueldo íntegro se quedaría en los puestos de comida. Y es que, con el lema "no me voy de aquí sin probar esto", no hay quien  ahorre y muchísimo menos, quien haga dieta. 

Weinachtsmarkt am Dom

Brühler Weinachstmarkt

Weinachtsmarkt auf Neumarkt
Aachner Weinachtsmarkt


Adventskalender y Sankt Nikolaus. Sé que hace dos entradas echaba pestes de mi HF, pero ahora las cosas van bastante mejor. Por lo menos ya no tengo la sensación de que la estoy cagando cada dos por tres. Y, en estas fechas tan señaladas, no se han olvidado de mí. Lo primero es el Adventskalender (calendario de Adviento, para entendernos). Yo siempre había visto el típico con sus ventanitas y su chocolatina dentro, pero esto está muy visto y mi HM tiene preparado uno más especial y personal que no solo tiene chocolatinas y ositos Haribo, sino pulseras, cosillas para el pelo... Un encanto.
Aunque no se ve bien, son como saquitos con forma de estrella

Y, por supuesto, Sankt Nikolaus no se olvidó de mí. Y eso que se me olvidó poner las botas en la puerta.



Ahora estoy con los planes para el próximo trimestre (ya veis, me he vuelto así de alemana en lo que a la previsión se refiere). 
Ya me he apuntado al gimnasio para empezar el año que viene. Seguro que en vuestra clase del colegio/instituto había una chica o chico que le pasaba de todo en las clases de gimnasia: golpes, caídas, intuición nula para chutar la pelota... Yo soy de ese grupo. No por falta de ganas, sino porque nací con un sentido inexistente para el deporte. Pero claro, entre las delicias que cocina mi HM, la comida basura que ingiero cada vez que salgo y los dulces me están pasando factura y no quiero tener que reservar un asiento especial en el avión de vuelta a casa. Así que un día hablé conmigo misma y asumí y que, aunque no es santo de mi devoción, ahora que tengo la oportunidad, el tiempo y el dinero, voy a aprovecharlo. De esa manera el tiempo se me pasará más rápido, será todo más ameno y no volveré a casa pareciendo un elefante. Todo positivo.
Y ahora llega el momento encuesta. Estoy consultando los cursos para el año que viene y he encontrado uno de C1 por las mañanas en Colonia. Pero también hay otro de B2 en Brühl. El curso que hice este trimestre fue un B2.2, por lo que se supone que debería coger el C1. Pero, siendo sincera, no quiero meterme en un C1 cuando sé que todavía me quedan muchas cosas por aprender y que no tengo un B2 totalmente "consolidado", por lo que me inclino más por el curso en Brühl. Sin embargo, hacer el curso en Colonia podría ampliar mis opciones de conocer a otras au pairs por la zona, aunque visto lo visto, no me parece una apuesta muy segura... Si hay por ahí algún alma caritativa que quiera echarme una mano, estaré encantada de leer consejos y recomendaciones.

Y esto ha sido todo. Estoy deseando volver a casa y poder salir a desayunar en pijama, dormir en mi cama, ver series on line, descargarme nueva música y libros (tanta legalidad me está matando xD).
No sé si volveré a actualizar antes de Año Nuevo, por eso espero que las que os vayáis a casa como yo disfrutéis de las fiestas, los villancicos, el jamón serrano y la ensaladilla rusa (¡cómo la echo de menos!) y a las que os quedáis, espero que viváis las Navidades extranjeras y que los Reyes Magos no se olviden de vosotras, aunque esteis lejos de casa.

¡Un besito, caritas lindas! 

viernes, 29 de noviembre de 2013

Viva Colonia!

Es un delito que no haya escrito esta entrada antes, lo sé, pero desde que llegué aquí tengo la sensación de "casi" vivir en Colonia y con la idea de "si tengo tiempo de sobra para verla" todavía no he visto casi nada. Desde que aterricé en tierras alemanas, paso prácticamente cada fin de semana en esta maravillosa ciudad, además de que el curso de alemán también lo hago aquí, pero, qué queréis que os diga, para una chica como yo que viene de una ciudad no muy grande, encontrarse en la cuarta ciudad más grande de Alemania puede ser, cuanto menos, aterrador. El primer mes establecí una "zona de seguridad" (véase la Catedral y la calle principal) y de ahí no me sacaba nadie. Y no por nada, sino porque cada vez que salía de este círculo me perdía. Literalmente. Y cual  turista japonesa me tocaba mirar el plano y dar cuarenta vueltas por calles de apariencia poco segura para descubrir que lo que buscaba estaba justo en frente del punto de origen (yo y mi orientación inexistente). Poco a poco he ido abriendo el círculo, y menos mal, porque Köln es una ciudad maravillosa.

No han sido pocas las veces que he oído el comentario de "Colonia es la catedral y poco más". Bueno, cualquiera que tenga una guía turística sobre la ciudad entre las manos podrá afirmar que en Colonia hay mil y un sitios que merece la pena ser visitados y, desde luego, es muy absurdo quedarnos en "la catedral y el poco más". Por ello, para evitar hacer una entrada kilométrica, he decidido hacer una descripción por fascículos, para así ir añadiendo poco a poco todo lo que esta ciudad a orillas del Rin ofrece que no es poco.

Colonia (o Köln en alemán) es la ciudad más grande del Bundesland Renania del Norte-Westfalia (Nordrhein-Westfalen) (a pesar de que la capital del estado federado es Düsseldorf, ciudad con la que no tiene muy buena relación), y la cuarta de Alemania, después de Berlín, Hamburgo y Munich. Su nombre viene del latín Colonia Claudia Ara Agrippinensium, que hace referencia a Agripina, madre del emperador romano Nerón. Colonia ha tenido un papel importante a lo largo de la historia y ha destacado de entre otras ciudades por sus relaciones comerciales, por ser lugar de peregrinación al contener las reliquias de varios santos y de los Reyes Magos y por ser la residencia de personalidades como el Arzobispo de Colonia, uno de los principales cargos eclesiásticos del Sacro Imperio Romano Germánico. 

Fue brutalmente bombardeada durante la Segunda Guerra Mundial (se destruyó un 90% del casco antiguo) y la Catedral, a pesar de que no se atacó por ser un elemento de especial interés, quedó muy dañada. Esto hace que Colonia no tenga la típica apariencia de ciudad alemana con casas antiguas, sino que es más moderna, llena de edificios (algunos con una arquitectura nada envidiable) que se construyeron a corre prisa después de la guerra. Por ello mucha gente la tacha de "fea", pero a pesar de la destrucción y de la reconstrucción acelerada, Colonia todavía conserva edificios clásicos, iglesias y catedrales que le dan una apariencia moderna e histórica a partes iguales.
Colonia en 1945

Al hilo del párrafo anterior, este pequeño nacimiento se encuentra en medio de la estación de tren. Como se puede ver está el niño Jesús, María, y José, pero en lugar de estar en un portal de Belén de toda la vida, están en las ruinas de Colonia de 1945. Al hacer la foto vi a una señora bastante mayor casi llorando mientras lo contemplaba y, sinceramente, impacta.

La ciudad se divide en nueve barrios, cada uno de ellos con sus peculiaridades y sus características. Innenstadt, el centro, es donde se encuentran la mayoría de los lugares turísticos, mientras que los demás son barrios con mejores o peores casas donde viven distintos colectivos (por ejemplo, ya he oído varias veces que Müllheim es territorio turco mientras que Ehrenfeld es el barrio de los "artistas"). Si algo diferencia a Colonia de otras ciudades alemanas es que esta es una ciudad "abierta". Todos tenemos en mente los típicos alemanes estrictos y serios, mientras que aquí son más abiertos y simpáticos (bueno, hay de todo como en todas partes, pero esta es la tendencia general). También influye que Colonia es la ciudad de Alemania en la que más nacionalidades del mundo conviven y, además, contiene una de las comunidades homosexuales más grandes del país. Toda esta mezcla de culturas, ideales y maneras de vivir la hacen todavía más especial.

La "estrella" de la ciudad, el punto que hay que visitar sí o sí, donde se congregan los turistas y de donde huyen los lugareños es, como habréis adivinado, la Catedral. La Kölner Dom o Dom a secas es, como leí en no sé que guía, el Everest de las catedrales.Ya en época romana había en el mismo emplazamiento un templo y, tiempo después, una iglesia. La construcción se inició en 1248, pero unos trescientos años después se detuvo por falta de financiación. Estuvo parada casi otros trescientos años, periodo en el que se utilizó como establo e incluso como cárcel para las tropas de Napoleón. En 1880, el rey de Prusia realizó una generosa donación para que su construcción siguiera adelante. En 1996 la UNESCO la declaró Patrimonio de la Humanidad.
Desde mi humilde opinión solo hay una palabra que la describa: IMPRESIONANTE. Yo no soy muy viajera ni he visto muchas otras catedrales, pero esta en concreto te deja con la boca abierta. Los ojos no alcanzan a contemplarla entera y las cámaras se quedan pequeñas al intentar hacer una foto en condiciones.
La plaza está SIEMPRE llena de turistas y, en concreto los sábados, es casi imposible pasar por allí sin colarte de extra en una foto o sin que un japonés te pida  en inglés chapurreado que le hagas una foto con su cámara megaguay de última generación con más botones que una nave espacial.







Vista de la catedral desde la Hauptbahnhof
Copia del pináculo a tamaño real que hay encima de las torres
Kölner Dom de noche
Catedral al otro lado del Rin y puente de Hohenzollern



Vista de lejos, parece totalmente negra, pero según le de la luz puede parecer más o menos oscura. Y, una recomendación personal, si vais por ahí en invierno, ¡cuidado en la plaza! Hace un frío que pela xD

Y como aquí ya es Navidad, si tenéis la oportunidad de ir por estas fechas a Colonia os encontraréis con maravillosos Weinachstmärke (mercadillos de Navidad) donde quitaros el frío de encima con un Glühwein bien calentito y un gofre.
Weinachstmark am Dom


Y dentro de poco más y mejor :)

martes, 5 de noviembre de 2013

"Pase, está usted en su casa"

En primer lugar, quiero decir que estoy indignadísima con el tema de las becas erasmus. ¿Cómo pueden ser tan sinvergüenzas de quitar una beca, así de golpe, a MITAD DE CURSO? Indignante, de verdad. Cuando lo cuento por aquí la gente no se cree que tengamos una clase dirigente tan llena de palurdos y catetos.

Llevo ya varios días con una idea en la cabeza que no hay forma de quitarme de encima y creo que la mejor manera de darle forma e intentar buscarle una solución es escribirla. 
Como comenté en la entrada anterior, llevo dos meses aquí. El tiempo ya es bastante frío (esta mañana teníamos 3ºC,  y bajando), llueve constantemente y ya me queda menos para conseguir haber probado todos los tipos de panecillos que venden en las panaderías. Me estoy adaptando al país y a sus costumbres: las horas de las comidas, la señora que espera en la puerta de los aseos públicos a que le pagues, los camareros que te ponen otra cerveza sin preguntar, los horarios de los S-Bahn y los trenes... Esto me gusta, sí. Es diferente, es fresco y la idea de que un año pasa volando hace que intente aprovechar cualquier momento para aprender o conocer algo nuevo.
Eso sí, sigo siendo una invitada en esta casa. O por lo menos es como me siento. Pero antes de ponerme a despotricar sin freno de la familia, empezaré por el principio.
Desde que empecé a leer blogs e historias de au pairs, me hice a la idea de que la HF era, como su propio nombre indica, una familia de acogida. Si bien no es tu verdadera familia se puede considerar como un sucedáneo. Esto implica que si tienes algún problema puedes acudir a ellos, hablar de esto y de lo otro, participar en actividades familiares (desde hacer un bizcocho todos juntos hasta irte de vacaciones con ellos)... Y lo más importante, sentirte como en casa. Queda muy bien eso de "la au pair forma parte de la familia", sí, pero como alguien me dijo, ser parte de la familia no es el objetivo de ser au pair. Pero eso no quita que con ellos en casa o en otros momentos te sientas a gusto, cómodo. Como una pieza de puzle que, aunque es de otro color, encaja (olé y olé con la metáfora xD). Pues yo no encajo. O por lo menos todavía no he encajado. 
En la entrada anterior os hablé de la "bronca" de las manzanas. Esta no ha sido la única, ni la primera, ni mucho menos será la última. Y es que llevo dos meses aquí y todavía hay muchas cosas que no sé cómo funcionan o cómo deberían funcionar. Y me frustro. Porque cada dos por tres hay reglas nuevas, normas nuevas, cosas nuevas y parece ser que todo esto lo tengo que saber por obra y gracia del Espíritu Santo. ¿Cómo pretenden que sepa algo que es totalmente diferente para mí si no lo dicen? Hablando se entiende la gente, o por lo menos eso dicen. Y para muestra, un botón. El otro día, después de ayudar a mi HM a poner la mesa (estaba ya todo preparado para cenar) rondaba por la cocina esperando que bajaran los niños. Bajó el padre y le preguntó a mi HM "¿por qué Patricia....?" (no entendí el resto de la pregunta porque hablaban en susurros. Aleman y susurrado, nivel experto). Ella simplemente contestó "Españoles". ¿Españoles? ¿Qué tengo que hacer? Dímelo, porque igual simplemente no he caído y eso no significa que no no lo quiera hacer. El caso de las manzanas también es un buen ejemplo para ilustrar este tema. Aquí la fruta no está en la cocina, sino en el comedor (una sala enorme que está de decoración porque prácticamente no se usa). Un día después de comer me quise comer una manzana y allí estaban. Había unas amarillas de estas con manchas y chuchurías' (puaj) y otras rojas y algo verdes, como a mí me gustan. Inocente de mí, cogí una de las rojas. Al día siguiente cogí otra, y otra más para darles la merienda a los niños. Esa misma noche, después de cenar, vi que mi HM trasteaba en la cocina y que pesaba las manzanas rojas. "¿Eh? Por qué solo hay un kilo, debería haber kilo y medio, ¿alguien se las ha comido?" [Las indirectas. Mi HM es muy de indirectas. Y lo odio. Lo odio a morir. Si tiene algún problema me lo puede decir claramente, de forma amable si es posible, y ya está. Comentarios como "oh, falta X cosa en la nevera, ¿quién se ha habrá comido?" o "vaya, alguien se ha olvidado de hacer X cosa..." no son agradables. No sé si la mujer lo hace para evitar que el comentario resulte demasiado directo, pero consigue todo lo contrario. Ya no sé si cuando me dice algo es ironía o es una indirecta o qué coño es.] "Sí, yo". "Patricia, esto son manzanas para hornear, no para comer. Si quieres comer manzanas, son las otras" (leer esto con voz de asesino en serie). "Lo siento, no lo sabía. Si quieres puedo ir mañana a comprar más o...". "Déjalo, lo hago yo". Conseguido, cabreo al canto. Entiendo que se enfadara porque pensaba hacer mermelada de manzanas esa noche y no pudo, pero ¿alguien sabe distinguir las manzanas para hornear de las de comer cuando las ve? Llamadme tonta, pero yo no. No entiendo por qué si no quiere que coma algo, o que coja algo o que haga algo, no lo dice. O escribe una nota, o deja una señal. Algo. Pero que no pretenda que lo intuya de la nada. 
Igual soy una exagerada, pero desde entonces me da miedo comer cualquier cosa. "Igual esto lo necesita", "igual esto es para la cena de hoy". Abrir la nevera se convierte en una odisea, porque no sé qué puedo o no puedo coger. "De este pan no como, que queda poco", "de esto no voy a comer, que si no queda menos", "de esto solo hay uno, mejor lo dejo". O, si están en casa, preguntarles constantemente. En fin, horroroso.
Y el problema es que estoy harta de vagar por este limbo de incertidumbre e inseguridad y de no enterarme bien de las cosas. Vivo con una sensación perenne de que me estoy perdiendo algo, de que se me olvida algo. Y es asfixiante. Entiendo a los niños, a los profesores en la escuela, a otros compañeros, a las dependientas, al cartero, las conversaciones del metro... Pero no a mis HP. Mi HD no habla claro, lo juro. Ya puede estar hablándome del tiempo o del museo de no sé donde, que parece que lleve una cuchara metida en la boca. Y claro, después de unos cuantos "¿cómo dices?" y seguir sin entenderlo, opto por el "modo extranjero" que viene a ser sonreír y asentir (y rezar por que no fuera una pregunta). Tiene que pensar que soy tonta del bote, pero es que os prometo que no hay forma de entender a este hombre. Y mi HM.... Creo que habla para catedráticos. He estudiado cómo se puede decir de diferentes manera "poner la lavadora" en alemán. Pues ya me las puedo saber todas, que utilizará otra que suene a chino, literalmente. O lo dice tan rápido que no me da tiempo a relacionarlo. Y por si no ha quedado claro, lo repite el doble de rápido con cara de pocos amigos y con pinta de plantearse en qué momento contrató a una au pair tan cateta. Y a la hora de hablar yo, pasa algo parecido. En clase o con los niños hablo un alemán bastante decente, con su verbo al final en las subordinadas, sus casos más o menos bien empleados. Con ellos no. Mi alemán es horroroso cuando hablo con mis HP, pero horroroso de suspender el curso de A1. Que seguramente se preguntarán cómo consigo entender las clases con un alemán así. No obstante, he de decir que creo que he asumido que delante de ellos hablo mal, o que ellos esperan de mí que hable mal y por eso me bloqueo. O por lo menos es la solución más plausible que le encuentro. 

A veces pienso que "solo" llevo un mes aquí y que todavía estoy en la fase de adaptación. Pero muchas otras pienso que "ya" llevo dos meses aquí y que me he adaptado a todo lo demás excepto a lo más importante. Hasta ahora no he echado de menos mi casa, pero desde hace unos días... Echo de menos la seguridad, el sentirme cómoda, tener la confianza de hacer esto o de lo otro, de poder merodear por la casa en pijama, de estar a gusto. No me puedo imaginar cómo será mi vida si tengo que pasarme así los 7 meses que me quedan...
¿Hay alguien que esté/haya estado en esta situación? ¿Os sentís extraños en vuestra casa?

P.D: Después de releer esta entrada me estoy dando cuenta de que mi blog parece el muro de las lamentaciones xD ¡Prometo escribir cosas más divertidas o interesantes más adelante!

lunes, 28 de octubre de 2013

Los dos meses

Mentiría si dijera que no tengo tiempo para actualizar el blog. Desde luego, desde que estoy aquí tiempo es lo que más tengo y de hecho me paso  mucho mirando vuestras historias y anécdotas. Pero sí que es verdad que no me ha pasado nada interesante o destacable. Eso si no contamos  las fiestas de cumpleaños de los niños (a las que, milagrosamente, he sobrevivido), más clases de alemán que no están resultando lo fructíferas que esperaba, nuevos planes de futuro a corto plazo y más ganas que nunca de practicar este idioma. Sin embargo, como bien dice mi querida historia interminable, eso es otra historia y se debe contar en otro momento ("das ist eine andere Geschichte und soll ein andermal erzählt werden").

Estas dos semanas de Herbstferien (vacaciones de otoño, para que nos entendamos) me he apuntado a un curso de conversación. Los primeros días fue bastante bien, pero creo que la profesora no se ha enterado de que los que tenemos que hablar somos nosotros y pasamos la mayor parte de la clase escuchando... Es interesante, eso sí, y siempre se aprende algo nuevo, pero por el momento deja bastante que desear. Un curso de conversación en el que no se conversa... Esto ha trastocado totalmente mi rutina diaria, ya que estaba acostumbrada a tener todo el tiempo del mundo por las mañanas para dormir, pasear, lavar la ropa... Ir a comprar un bolígrafo se convertía en toda una mañana de aquí para allá a paso de tortuga disfrutando del paisaje. Ahora voy corriendo a todas partes y sin tiempo para nada, ya que el curso es todos los días, toda la mañana. Muchos días llego al Kindergarten a recoger a los nenes con la comida sin digerir. Este estrés no me entusiasma, pero hace que el tiempo pase más rápido y que esté entretenida. Ya veremos qué será de mi vida cuando vuelva a tener tiempo casi infinito y días interminables.

Mis niños cada día están más rebeldes. O más cariñosos. O más estúpidos. O más dulces. ¿De dónde sale esa bipolaridad? En un momento me dicen que van a llamar a mi familia para que venga a recogerme (sí sí, tal cual) y a los cinco minutos me abrazan y me dicen que no me vaya nunca. Supongo que ser au pair también significa convivir en la barrera entre el amor y el odio, los abrazos y los empujones. 

Por el momento, como es normal,  he tenido algunos roces con la familia. Quien piense que es todo perfecto y que mi vida es maravillosa, que se vaya a leer otro blog. Pero prefiero ir recopilando "roces" para explayarme en una entrada llena de odio y rencor. Como adelanto os diré que me cayó una buena bronca por comer las manzanas que no eran (por dios, ¿cómo pude no distinguir las manzanas de postre de las de hornear?) y otras catástrofes por el estilo. Pese a ello, estoy muy contenta con ellos. Me tratan muy bien y me siento aceptada aquí, aunque... No, no me siento parte de la familia. No sé si será porque todavía no me he integrado del todo, porque tenemos broncas por cosas que, a mi parecer, son una tontería, porque me siento bastante insegura con el idioma y todavía no sé manifestar todo lo que siento, porque en mi interior sé que esta no es mi familia y que es solo una etapa... Pero sé que si mañana me dieran la opción de volverme a España, la rechazaría. Hay gente que le cuesta menos adaptarse a un sitio. Yo soy de las que les cuesta más. Quizá cuando me sienta a gusto del todo será hora de marcharme, pero entonces sabré que todo esto ha valido la pena.

Y dentro de nada ¡Sankt Martin! Fiesta típica alemana donde las haya de la que (espero) llevarme un buen recuerdo.

viernes, 18 de octubre de 2013

Me cabreo y punto

AVISO A NAVEGANTES. Esta es una entrada para quejarme abiertamente y manifestar mi cabreo. El que venga por aquí para aprender algo, esta no es la entrada adecuada.

Pues sí, estoy cabreada. Y es que lo mejor para poner la guinda a un día de mierda es llegar y ver la mesa puesta. Pero ¡oh! ¡Sorpresa! Tú no tienes plato. Resulta que esta noche mi HM (que es la que se encarga de la cena) no está y se ha encargado mi HD. Se ve que este hombre no se ha dado cuenta de que llevo toda la tarde entreteniendo a sus hijos, desvistiéndolos para la piscina, duchándolos, vistiéndolos de nuevo, peleándome con ellos desde por la mañana para que recojan y lleguen a tiempo a clase de natación y a la guardería, intentando poner mi granito de arena en su educación para que el día de mañana no sean unos ninis sin oficio ni beneficio. Se ve que este hombre se ha pensado que, por casualidades de la vida, hoy no me apetece cenar a la hora de siempre. Y es por eso que ha preparado cena para él y sus hijos. Esos a los que cuido y con los que estoy más tiempo que él mismo. Creo que no hubiera sido tan trabajoso poner otra pizza en el horno para mí, o por lo menos no recibirme con un sitio vacío en la mesa. ¿Es que eso es demasiado?

viernes, 11 de octubre de 2013

La importancia de elegir bien

Cuando una se plantea coger la maleta e irse a trabajar de au pair tiene que tener en cuenta un millón de cosas. Y no exagero. La familia, el idioma, los niños, las tareas del hogar, la ciudad, el papeleo... En fin, un conjunto de aspectos que hay que valorar detenidamente a la hora de marcharse.
Ser au pair, además de muchas otras cosas más, consiste en vivir con una familia distinta a la tuya, adaptarte a sus costumbres (que son diferentes a las tuyas) y luchar con su idioma que no es el tuyo. Por lo tanto, la elección de la familia es lo principal y más importante del proceso. Eso sí, también tenemos que tener en cuenta nuestras prioridades respecto al lugar (ciudad o pueblo), edades de los niños (bebés o adolescentes), o las tareas principales que queremos desempeñar (más cuidado de niños o más cuidado de la casa). Todo tiene que intentar encajar como si fuera una especie de sudoku para conseguir pasar un año felices y recordar el año vivido como una experiencia maravillosa y no como un suplicio.
Después de casi dos meses por tierras alemanas, casi un año leyendo infinidad de blogs y la experiencia personal de un par de amigas en la mano, he llegado a varias conclusiones y todas ellas se resumen en saber elegir bien con quién queremos pasar un año.

  • El lugar
Particularmente, a mí me daba igual a qué ciudad de Alemania irme. Si bien es verdad que la zona del suroeste (Stuttgart, Heidelberg...) me atraía mucho, no estaba cerrada a otros lugares. Una amiga mía, cuando buscaba a su HF me comentó que estaba barajando varias familias. Todas parecían maravillosas, pero justo la que menos comodidades le ofrecía vivía en Frankfurt. Y a ella le encantaba Frankfurt. Esta chica prefería vivir en la ciudad de los bancos a pesar de que no le pagaban el curso de alemán, ni el Monatskarte... Si lo pensamos un poco, las ciudades se pueden visitar y siempre van a estar ahí, pero con quien tienes que lidiar cada día es con la familia. No os dejéis llevar por la zona, porque podréis rechazar a una familia perfecta simplemente porque no vive en X ciudad y aceptar otra que no sea lo que buscáis. Viviréis en vuestra ciudad favorita, sí, pero, ¿a qué precio?
Otra cosa muy diferente es el tema ciudad-pueblo. No hay que dejarse llevar por la región o ciudad, pero sí por el tipo de población. En mi caso, vivo en un pueblecillo no muy grande, pero está a 20 minutos de Colonia y Bonn en tren. A mí me encanta, porque vivo en un pueblo tranquilo donde puedo  encontrar de todo para el día a día, Correos, centro comercial, tiendas... Y cuando necesito algo más específico o simplemente ver una calle llena de gente y merodear por la gran ciudad, solo tengo que coger un tren. Habrá chicas que prefieran vivir directamente en la gran ciudad y acostumbrarse a los horarios de metro. Otras preferirán la tranquilidad de una casa en medio del bosque. Sobre gustos no hay nada escrito. Eso sí, si tu posible familia vive en una aldea de cuatro casas con una conexión horrorosa y a horas de una gran ciudad, tendrás que valorar si lo que ofrece vale la pena, si podrás tener coche propio para ir y volver o si te pagarían un taxi... Valorar, valorar, valorar.

  • Las edades de los niños
Esto depende de la experiencia o no que tengamos sobre el cuidado de niños, nuestra paciencia o de lo que nos queramos relacionar con ellos, entre otros.
Los niños muy pequeños requieren muchísima atención y cuidados específicos (biberones y papillas, pañales,  vigilancia casi las 24 hora del día...). Además, enfrentarse a un pañal sucio o a un lloro nocturno cuando no se ha cuidado de un bebé antes puede ser una auténtica odisea. En mi caso, nunca había cuidado de un bebé, por lo que descarté a este tipo de niños desde un principio. No digo que no haya chicas que se enfrenten a ellos sin haber cuidado de otros antes y sobrevivan, que seguro que las hay (¡un aplauso para las valientes!), pero para mi primera vez, yo prefería enfrentarme a niños a los que pudiera entender.
Por otra parte están los adolescentes. Normalmente este tipo de niños no necesitan cuidados especiales ni atención constante, simplemente prepararles la comida, ayudarles con los deberes o estar pendientes de algunas cosas más. Eso sí, preparaos para una guerra psicológica continua y frases del tipo "tú no eres mi madre". Además, estos niños saben que sus padres pagan a la au pair, por lo que a veces intentarán ir de jefecillos o pasarse de listos. Si nuestro nivel de alemán no es suficiente para mantener una discusión decente (mi caso), mejor buscamos otra opción.
Y luego están los niños de edad intermedia (entre 5 - 8 años), como los míos. En esta edad los niños te necesitan, pero no tanto como un bebé y no suelen ser tan despegados como un adolescente. Los puedes entretener contándoles historias o haciendo actividades con plastilina/ceras/folios de colores, por lo que para cuidar de estos niños tendremos que rescatar de nuestra memoria los programas de Art Attack  que hayamos visto y tener siempre la imaginación a mano porque la vamos a necesitar. Pero claro, no todo es idílico. Estos niños van unidos a  las rabietas. Las rabietas (véase, berrear porque sí un periodo de tiempo normalmente corto) aparecen en el momento más inesperado y suelen ser, en genera, por tonterías como: porque el agujero de la cabeza de la camiseta es demasiado estrecho, porque el agua para lavarse las manos está muy fría/caliente, porque has recortado algo demasiado recto...También es muy importante asumir que somos modelos para ellos, por lo que nuestro comportamiento tiene que ser ejemplar. ¿Que te apetece sentarte de cualquier manera en la mesa? En tu tiempo libre. Con los niños te tienes que sentar recta, sin apoyar los codos y con los cubiertos bien agarrados. Y como este, muchos ejemplos más.

  • Las tareas del hogar
Por lo que he visto y leído, la cantidad de tareas domésticas son inversamente proporcionales a las edades de los niños. Es decir, cuanto más pequeñas son las fierecillas más atención necesitan, por lo que las tareas del hogar suelen ser más ligeras. Sin embargo, conforme los niños son más mayores, requieren menos atención, por lo que la cantidad de tareas del hogar aumenta. Si prefieres enfrentarte a una olla sucia o a un aspirador antes que a un pañal, puede que encajes mejor en una familia donde los niños sean más mayores.

He de aclarar que esto son las conclusiones que yo he sacado después de leer muchos casos. Por supuesto, habrá chicas que a pesar de cuidar de niños muy pequeños tengan un montón de tareas. O al contrario, chicas que cuiden de niños más mayores y que no tengan prácticamente cosas que hacer. Sobre esto no hay nada escrito y cada au pair y cada familia son totalmente diferentes. 

Desde luego, hay muchos otros factores que nos condicionan a la hora de elegir una familia u otra (habitación, baño propio o no...), pero siempre hay que intentar que todo encaje con lo que queremos. Quizá te paguen un sueldo más alto, pero no el seguro médico, por lo que te lo tienes que pagar tú y al final acabas con menos dinero que si cobraras el sueldo normal. O quizá solo te paguen la mitad del Monatskarte, pero ofrecen más tiempo libre o una habitación con televisión propia... Evidentemente, si esperas vivir en una mansión, con una criada que lo haga todo, cobrando un sueldazo y que los niños sean ideales y no sepan el significado de la palabra "gritar", te has equivocado de trabajo.

¿Y cómo se sabe todo esto? PREGUNTANDO. He conocido a varias chicas que han tenido muchos problemas porque "les daba vergüenza preguntar". No. Nunca. Si vas a vivir con una familia, tienes que saber TODO lo que tendrás o no tendrás en su casa, las tareas que tendréis que hacer (nada de "poca cosa", pedid una lista), si tienen animales y los tienes que cuidar tú... Y, por supuesto, todo acerca de los niños: desde a a qué hora se levantan hasta si les tenéis que ayudar a lavarse los dientes. Que nada os pille por sorpresa, porque aquí las sorpresas no suelen ser muy agradables... 

miércoles, 2 de octubre de 2013

Lo peor de vivir fuera de casa llega cuando estás enferma

Hace un tiempo, antes de salir de mi preciosa casa para venirme a tierras hostiles y frías, una amiga me dijo que lo peor de vivir fuera eran las enfermedades. Esos momentos de debilidad en los que la mejor cura es un caldito casero de mamá, unos cuantos cuidados que hacen milagros y la calidez de las sábanas de tu cama.
En ese momento no pensé en la realidad de sus palabras porque, claro, en pleno julio una no piensa en fiebre, caldo hirviendo o catarros. Pero, como ya habréis podido imaginar por el título de esta entrada, he podido vivir en primera persona lo que es estar enfermo fuera de casa.
Empezaré por el principio de los tiempos.
Hace unas semanas uno de mis niños empezó a toser y moquear. Mi HM confirmó lo evidente cuando dijo "está un poquito constipado". Y punto. Ni más jarabe, ni más sobre de Frenadol alemán, ni más nada. Así pasó lo que pasó, a los dos días tenía a dos niños moqueando y tosiendo por la habitación. Yo, ilusa de mí, confiaba en que mi sistema inmunitario lucharía contra las bacterias y los gérmenes y saldría de esta sin ningún síntoma. Pero no. A los dos días el resfriado había llegado a todas las células de mi cuerpo.
En este momento de la historia estaréis pensando "cómo se pone esta chica por un constipado de nada".Resultó que lo que parecía un constipado de unos pocos mocos y dos estornudos desembocó en un catarro de caballo que me ha tenido gran parte de la semana con fiebre y tumbada en la cama.
Para mi desgracia, desde muy pequeña sufro infecciones de garganta que me dejan hecha un trapo y, efectivamente, esta vez no iba a ser menos. Los dos primeros días fueron los peores con diferencia. Me dolía la garganta a rabiar y con ella todo el cuerpo. No me estaba muriendo ni mucho menos, pero no me encontraba nada bien y solo quería cerrar los ojos y desconectar. Sin embargo, tenía cosas que hacer y obligaciones que cumplir: levantar a los niños, darles el desayuno, recoger...  La casa no se podía paralizar porque yo estuviera enferma o por muchas ganas que tuviera de pasar  mi catarro sepultada bajo las mantas de la cama. Y ahí fue cuando me di cuenta de la verdad que encerraban las palabras de mi amiga. Eché de menos mi casa como no la había echado de menos desde que llegué. La mano fría de mi madre en la frente para comprobar la fiebre, el zumo de naranja con caramelo para mitigar el dolor, el caldito casero caliente para reconstituir el alma y sobre todo dormir sin preocuparme de Kindergarten, clases o trenes. Vagaba por las habitaciones como una alma en pena, sin ganas de echar broncas por tirar los vasos de leche, ni de meter prisa a los críos para que no llegaran tarde. No obstante, como dicen por aquí tuve "Glück im Unglück" que en la lengua de Cervantes viene a decir "suerte en la desgracia". Los dos días que  más enferma me sentía fueron los días que menos tenía que hacer en casa: ni llevar a los críos a la guardería, ni recogerlos y solo me tocaba cuidarlos una horita o menos. Así que conforme se marchaban de casa hacía las tareas que me tocaban y en seguida me volvía a la cama. Como mi mamá bien dice "para el constipado no hay nada mejor que mucha agua y mucha cama". Y pastillas, que no se nos olviden nunca.
Por supuesto, la familia me dio medicamentos (algunos de estos de hiervas que tenían pinta de no curar nada) y cada día me preguntaban cómo me encontraba y si necesitaba algo. Un encanto, de verdad.
Así que ya puedo afirmar desde la experiencia que lo me dijo mi amiga es totalmente verdad, ya que una de las peores cosas de vivir fuera de casa son las enfermedades. Cuando lo extraño se multiplica, se nos cae la casa encima y daríamos cualquier cosa por volver a nuestro hogar. Lo juro, yo hubiera matado por una taza de zumo de naranja con caramelo made in abuelita. Pero todo pasa y la vida vuelve a la normalidad. Ahora toca ponerse una bufanda al cuello y abrigarse para no volver a repetir la misma historia.
¡Nos leemos, caritas lindas!

martes, 24 de septiembre de 2013

Casi un mes por tierras alemanas ¡y lo que queda por venir!

¡Hola hola, caritas lindas!
En primer lugar, quiero daros las gracias a todas por los ánimos y los consejos que tan amablemente habéis ido dejando en la entrada anterior. Sois unos soletes maravillosos
Y bueno, después de la desilusión del primer día las cosas han ido a mejor. Además, cuando me enteré de que mi HM se va a trabajar los miércoles una hora antes (¡sale de casa a las 7 y media de la mañana!) para estar aquí una hora antes y que me dé tiempo a coger el tren me sentí como una niñata desagradecida por lloriquear porque no hay más au pairs en el grupo Las clases están bien, el profesor es bastante majo y la gente es muy abierta.Eso sí, hay muchos españoles (menuda plaga estamos hechos xD), pero ya hemos establecido que nos sentaremos uno en cada punta, para coincidir lo menos posible y no caer en la tentación. Así que ya no hay quejas ni malas caras que valgan.
Además, no todo es tan malo a este lado del Rin. Resulta que la amiga de una amiga es au pair en un pueblo de aquí al lado. El sábado estuve con ella turisteando por Colonia y es un encanto. El problema es que la pobre hace más horas que un reloj en su casa y ya le han dicho que se vaya olvidando de eso de tener todos los fines de semana libres. Según su HM las au pairs SOLO tienen libres los domingos, y no siempre. No sé si es que yo estoy muy mal acostumbrada a tener los fines de semana para rascarme la barriga, pero trabajar sábados y domingos me parece excesivo.

Aprovecho esta entrada para contaros mi primer babysitting. Así es, el domingo mis HP se fueron a Colonia y aquí me quedé yo, sola ante el peligro. Lo bueno de que hayan tenido antes au pair es que estos niños están acostumbrados a que de vez en cuando los padres huyan una noche y no montan ningún escándalo del estilo "quiero a mi mamá" o "si no me lee el  cuento mi padre no me pongo el pijama". Bien, punto positivo. Al final conseguí que se durmieran solo media hora después de lo normal, así que creo que no lo hice tan mal. Por si a alguien se le ha pasado por la cabeza la mínima idea de que no tuve problemas es que no ha sido/es au pair. SIEMPRE hay problemas, aunque puedan parecer "tonterías". 
El primero fue la cena. La madre había dejado arroz blanco y una salsa de espinacas preparadas y yo tenía que hacer unos palitos de merluza (de estos congelados, tipo Pescanova). Estupendo, los congelados y yo no nos llevamos bien. Me gusta cocinar y, de momento, nadie se ha envenenado con ninguno de mis platos, pero los congelados... No sé cómo, pero siempre consigo que se queden hechos por fuera y fríos por dentro. Así que ideé un plan B: convencer a los niños de lo ricas que me salían las tortillas y de que eran más sanas que esas aberraciones demoníacas salidas del congelador. Pero nada, no coló, palitos de merluza al canto. Así que ahí estaba yo, peleándome con el extractor para que el olor a fritanga no llegara hasta el sótano mientras intentaba cocinar eso a fuego lento para que el calor llegara a todos los puntos de la barrita. Y gané la batalla. Uno de los palitos que me comí yo estaba algo fresquito por dentro, pero si los niños encontraron otro así no lo dijeron. Aquí llegó el problema número dos. Creo que mi HM se pensó que yo me alimentaría de rayos de luna y dejó bastante poco arroz cocido y, a pesar de que no comí mucho, me dio la sensación de que los niños comieron poco. Me faltó preguntarles al más puro estilo de la abuela española "¿tienes hambre? ¿te frío un huevo?", pero empezaron a jugar a que eran máquinas para quitar la mesa y en pocos segundos estaban todos los platos amontonados en la encimera. Después de preguntar varias veces me dijeron que no tenían más hambre, así que primera prueba superada. El resto de la noche fue bien. Pijama - mini pelea - lavarse los dientes - mini pelea - acostarse (las mini peleas las intercalo porque hasta que no les había dicho dos millones de veces lo que tenían que hacer y me había puesto con cara de asesina en serie no lo hicieron, pero he de decir en mi defensa que eso también lo hacen con sus padres).
El tercer problema fue, ni más ni menos, que perdí un gato. Sí sí, como lo leéis. Resulta que soy la au pair de dos niños y dos gatos. Al contrario que el gato que tengo en casa que solo come, me araña (perdón, me arañaba), trasteaba y dormía, estos son muy independientes y vienen y van cuando quieren. Pero a partir de cierta hora ya no los dejan salir para que no se pierdan por las profundidades del vecindario de noche. Supongo que ya imagináis por dónde va la historia. Cuando terminé de acostar a los niños, uno de los gatos apareció por mi habitación. En ese momento me acordé de que, al sacar algo a la basura, el otro había salido, pero en ese momento no le di importancia. Salí al jardín y lo llamé, pero como los gatos son así de chulos, si me oyó pasó de mi cara. Agobio. Lo busqué por toda la casa para ver si había vuelto. No estaba. Más agobio. Finalmente llegaron los padres y yo ya estaba para que me diera algo, rezando a los Siete Dioses para que el gato de las narices volviera. Y con toda mi cara de preocupación les dije que uno había salido y no estaba en casa todavía. No les hizo mucha gracia, la verdad, pero abrieron la gatera y siguieron con sus vidas. "En cuanto se aburra, volverá". Y sí, el maldito gato volvió poquito después.
Aquí tenéis al culpable. ¡Qué no os engañe su adorabilidad!
Y el sábado me di el capricho del mes. 

Mi padre tenía un kindle que de vez en cuando secuestraba y cuando me vine contemplé la idea de comprarme uno propio, pero pensé que estaría muy ocupada con todo y que no lo utilizaría. El sábado vi que Amazon ha bajado el precio y, visto lo visto y teniendo en cuenta que el tiempo libre me sobra, decidí adquirir esta pequeña maravilla por el maravilloso precio de 49€. Ya me han pasado por correo tooooodooos los libros que ya me había descargado, entre ellos la saga de Harry Potter en alemán.
Legalidad ante todo ;)

martes, 17 de septiembre de 2013

Mi gozo en un pozo

No hay mejor expresión que defina lo que me pasó ayer. "¿Y qué pasó?" os preguntaréis.  Os lo cuento.
Ayer empecé el curso de alemán. Después de hablar con la familia, con la au pair que tuvieron el año pasado y leer algunos blogs, todos coincidían en que la escuela de idiomas era el paraíso de las au pairs, que muchas iban a esos cursos y que en seguida me vería rodeada de un grupo de au pairs de todo el mundo con las que practicar alemán y con las que salir por ahí (¡bieeeen, vida social!). Además quiero recalcar que me apunté al curso en Colonia y no aquí para tener la oportunidad de conocer a más gente de otros pueblos de alrededor y  de la ciudad. Pues bueno, como habéis podido adivinar por el título de la entrada, esto no ha sido así. Empezaré desde el principio de los tiempos.
Para no variar, me perdí de camino a la escuela. Resulta que yo me había convencido (no sé exactamente por qué, misterios de la vida) de que la academia estaba en un sitio de mi mapa. Pues ahí que me dirigí yo, directa, cuando MEEEEEC no era la calle. Pánico. "No pasa nada" me dije "mira el mapa a ver si es la otra calle". No, no era la otra calle. Ni la siguiente.  Más pánico. Finalmente me decidí a preguntar a un señor que amablemente me dijo que la escuela estaba justo en la otra dirección. Resulta que lo que yo pensaba que sería un edificio normal y corriente era un instituto que bien podría haber pasado por el ala norte de Hogwarts: muy antiguo, con mucho encanto y algo echo polvo.
En la entrada había un cartel con los cursos y las aulas. No encontré mi grupo. Nivel de pánico rozando el infinito. Volví a mirar la lista y donde antes ponía "Curso de ruso" ahora ponía "Curso de alemán" (de verdad, juro que la primera vez que miré no estaba). Y sí, como estáis pensando, llegué tarde. Puntualidad a la española, que no se diga.
Y ahí estaba yo, rodeada de ingenieros, peluqueros, profesores e incluso una astrofísica japonesa, todos rondando los 30 años y, por supuesto, ninguna au pair. En un primer momento se me cayó el alma a los pies. Ya me veía sola y desamparada todo el año, sin nadie con quien ir de viaje o con quien tomar un café un domingo. Y me deprimí.
Por lo menos la clase fue bien y el profesor es bastante majo, da la sensación de que las clases serán interesantes, así que no todo es tan tan horrible. Pero... Pensaba que en la escuela de idiomas podría conocer gente de mi edad, a otras au pairs con las que compartir penas y alegrías. Que sería mi válvula de escape de la rutina diaria, de los cañones y las cosas que explotan. Pero no. Además, la opción de cambiar de grupo no está disponible porque este horario y estos días son los que mejor le vienen a la familia.
De momento la madre me ha dicho que enviará un correo a la escuela para ver si en el otro grupo hay alguna au pair y que, si ha dado la casualidad de que están todas allí, igual podría cambiarme. Pero ya puedo avanzar que no es la opción más probable (negatividad 100%).
Así que ya veis, mi gozo en un pozo.

jueves, 12 de septiembre de 2013

La tostada de Nutella

La historia de la tostada de Nutella: un paso insignificante para el hombre, pero un gran paso para mí como au pair. Estoy tan sumamente pletórica con lo que ha pasado que no paro de contar la anécdota una y otra vez. Y claro, mi blog no iba a ser menos.
Os pongo en situación.
Estos niños no desayunan leche con cereales y galletas (por Dios, desayunar leche y galletas, ¿a qué perturbada mente se le puede ocurrir eso?), sino que toman agua y tostadas. Para que estas estén calentitas, hay que esperar a que terminen una para hacer la otra, por lo que muchas veces los desayunos parecen no tener fin entre tostada de Nutella por aquí y tostada de salami por allá.
Hoy, como todos los días, mis pequeños demonios angelitos estaban desayunando tranquilamente mientras hablaban de no sé qué de coches que explotaban y cañones gigantes. Uno de ellos terminó antes, mientras que el otro seguía con sus tostadas. Después de tropecientas mil rebanadas de pan y de quemarme los dedos sacándolas del tostador, le he preguntado al devorador de tostadas si quería algo más.
-Sí, otra tostada con Nutella.
Y, como no, la maravillosa au pair que escribe estas líneas ha empezado a hacerla con todo su cariño.
Mientras, el otro hermano mareaba por la planta de arriba en lugar de lavarse los dientes y tuve que subir a poner orden, cuando de repente ¡hop! el traga-tostadas aparece.
-No puedes levantarte de la mesa, no has terminado.
-Sí, ya he terminado.
-Pero si todavía te queda una tostada de Nutella.
 -No, ya no la quiero.
Quiero recalcar en este momento que la rebanada ya estaba en el tostador.
¿Y qué pasó entonces? Me la podría haber comido yo, sí, y la cosa se habría acabado ahí. Pero a mí siempre me han enseñado que hay que ser consecuentes con nuestros actos y conscientes de lo que pedimos. Por lo tanto, si no quieres una tostada más, no la pidas.
-Ya, pero tú me has dicho que querías otra tostada.
-Sí, pero ya no la quiero.
-Pero ya está hecha.
-Pues me da igual.
El tiempo volaba así que, después de meterle el cepillo de dientes en la boca y recordarles 75464523 veces que tenían que ponerse los zapatos, nos hemos ido al Kindergarten.
¿Qué ha pasado entonces con la pobre y abandonada tostada de Nutella? He optado por la táctica de toda la vida. ¿A vosotros os han dicho alguna vez la típica frase que viene con el carné de madre de: "si no te comes las lentejas/ el pescado/ las espinacas te lo pongo para cenar"? Pues eso.
Después del Kindergarten, cuando se han sentado en la mesa para tomarse un vaso de leche (Kaffestündchen que se llama aquí, algo así como "horita del café"), le he plantado delante la famosa tostada.
-¿Y esto?
-Es la tostada de esta mañana, como no te la has tomado entonces te la comes ahora.
Me ha mirado como si fuera una lunática pero... ¡sí, ha empezado a comérsela! El pan estaba duro (como no xD) y para no ser taaaan bruja, la he metido un poco en el microondas para que no se rompiera el chiquito un diente.
Y cuando pensaba que había ganado la batalla, se levantó de la mesa, con un trozo todavía encima del plato.
-No no, todavía no has terminado.
-Ya no quiero más, eso está muy duro.
-Pues si no te lo comes te lo vuelvo a poner mañana.
-Pues mañana no me lo como.
-Pues hasta que no te lo comas mañana no te doy otra tostada, y así mañana y pasado y pasado...
¡Y sí, se lo ha comido!


Y para rematar, ha llevado el plato y el vaso al fregadero (algo insólito, en serio).

Ya sé que no es ninguna una hazaña memorable (tengo que reconocer que era Nutella, que tampoco era un gran castigo) pero para mí, que doy mis primeros pasos como au pair, esto es importante. Primero porque significa que mis dos niños empiezan a respetarme y ya no soy la española que vino el otro día y que es muy callada. Y segundo porque parece que de momento no lo estoy haciendo tan mal y que puede que todo esto empiece a tener sentido.

P.D: Ya veis, el otro día lo veía todo negro y hoy voy bailando por la casa por esta tontería xDDD

martes, 10 de septiembre de 2013

Los días malos

Todos tenemos días malos, y el que diga lo contrario miente como un bellaco.
Esos días en los que algo nos ha salido mal, o no hemos podido llevar a cabo algo, o ese algo no ha sido como esperábamos, o que simplemente nos hemos levantado con el pie que no era, solo nos apetece huir a un rincón de la casa, coger un buen cargamento de chocolate y esperar a que se haga de noche y termine.
Pero cuando eres au pair, cuando no estás en tu casa, ni en tu ciudad, ni siquiera en tu propio país, esas cosas no valen. Y te lo tienes que tragar. Porque tienes unas responsabilidades, unos niños que recoger, unos niños con los que jugar... La opción de desaparecer no existe.
Ayer tuve un mal día. No por la familia, ni por los niños, ni por la casa. Porque sí. Y os puedo asegurar desde aquí, que ni todo el chocolate que compré en el Rewe sirvió para que cambiara. 
No estaba triste, ni tenía ganas de volver a casa, ni de llorar. Solo quería tumbarme en la cama y no hacer nada, dejar la mente en blanco, que pasaran las horas y volver a dormir.
En un día como el de ayer, me lo planteé todo. Desde que qué hacía aquí, pasando por si todo esto serviría para algo, si merecía la pena seguir adelante, mi función en esta casa e incluso en esta vida en general (ya veis, así de filosófica me pongo yo cuando tengo la cabeza en otra parte xD). Y así hasta el final del día.

Hoy, con el optimismo recuperado, las ganas de hacer cosas, una lavadora puesta y la cocina como los chorros del oro puedo decir y que al igual que los malos días vienen sin avisar, se van sin que te des cuenta. Muchas veces se van juntando pequeños detalles que en conjunto te sacan de la tranquilidad diaria: que la madre esté por la casa y que, por lo tanto, no puedas ir en pijama a tus anchas (he de decir que ella también estaba de mal humor, un sentimiento bastante contagioso), que internet no funcione, que todavía no haya conocido a nadie de mi edad y me sienta sola, escuchar de refilón una canción que me recuerda a mi padre... En fin, un cúmulo de cosas que hacen que tu mente se pille el día libre y te deje sola y desamparada.

¿Y por qué todo este rollo? Para que el que esté leyendo estas líneas, si se siente como me sentí yo ayer o todavía no lo ha experimentado, sepa que esos días de pesimismo pasan y que en cuanto vuelve a salir el sol, las cosas se ven desde otro punto de vista, más optimista a veces, más realista otras. Los días malos también nos sirven para reflexionar y para indagar en nuestro lado más pesimista. Y luego, cuando la tormenta ha pasado, en el optimista.
¿Toda esta aventura sirve para algo? Claro que sí. ¿Merece la pena seguir adelante? Por supuesto. No solo por la recompensa lingüística, sino también por la madurez psíquica y espiritual (con deciros que hoy he puesto la primera lavadora de mi vida ¡y la ropa ha quedado bien! *-*). 

Así que, si alguien tiene un mal día que no se preocupe, que el día siguiente será mucho mejor. Y que coma chocolate, que ayuda a curar el alma.

¿Quieres saber más?

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