Con la excusa "qué día más feo" le he dado una patada a mi mañana de gimnasio y, para convencerme de que he hecho algo de provecho, voy a hacer acto de presencia por estos lares y os cuento cómo me ha ido marzo. Que sí, que todavía queda una semana, pero es que este mes ha dado mucho mucho de sí.
El mes empezó en pleno carnaval y, para darle todavía más emoción, con el cumpleaños de mi HM. El domingo tuve que dejar de lado la cerveza y las calles abarrotadas para hacerme cargo de una horda de niños y evitar que se mataran entre ellos mientras sus padres engullían berlinas, Frikadellen y otras delicias que casi no llegué a probar. Para interés de los lectores, los más salvajes, impertinentes y porculeros de esos niños fueron los míos propios que, como siempre, aprovechan los días festivos para hacer huelga de reglas au pairiles y convertirse en salvajes sin ley. Menos mal que es un día al año.
Este fue mi regalo. Algo socorrido, pero ¡le encantó!
Y estas fueron las obras de arte que hice con los peques. Como se puede apreciar, uno tiene más talento artístico que el otro. Después de casi una semana haciendo flores, jarrones, quejas y desesperaciones, el resultado valió la pena.
El fin de semana siguiente conocí a la chica que tenía todas las papeletas para ser mi sucesora. La posible futura víctima au pair de mis niños era una italiana que estaba haciendo un año de erasmus en Mainz y aprovechando que las ciudades están más o menos cerca vino el sábado a visitarnos y a conocer la familia, la casa, la ciudad... Tener delante a la chica que viviría en mi habitación, que dormiría en mi cama, que se sentaría en mi sillón, que cuidaría de mis niños y que probablemente viviría una vida muy similar a la mía fue una situación cuanto menos, peculiar. No fue envidia, o tristeza, o alegría, fue ¿cómo decirlo? la constatación de un hecho, la realidad de lo que para una au pair es ser au pair. Es una etapa de la vida con fronteras, con un fecha de inicio y una de fin, en la que adaptas a un entorno que no es el tuyo y vives con fecha de caducidad. Como dijo esta chica en su blog "[...] Otra persona va a vivir en tu vida, en una vida que ya no es tuya. El tiempo de aupair es un tiempo prestado, una oportunidad única.[...]". Y qué razón, oye. Hasta la fecha no he encontrado una definición más acertada, más verdadera y con más sentimiento que esa.
Y ahí estaba yo, viendo a mi "sucesora" y viéndome a mí misma, seis meses atrás. Hablando con frases mal formadas, palabras sueltas, cara de susto y mucha mucha inseguridad. Y, no es por echarme flores, pero ¡anda que no he aprendido desde entonces! ¿Será verdad que todo esto está mereciendo la pena?
Y claro, al igual que una mira para atrás y ve lo que ha recorrido, también tiene que mirar para delante y ver lo que queda por recorrer. Hasta el final. Porque cuando tu familia empieza a hablar del día en el que llegará la chica nueva, está implícita una despedida. Una que viene y otra que se va. Y la temida conversación llega. Calendario en mano, mi HM me habló de sus planes vacacionales y marcamos la semana definitiva. Cuando pasas de una fecha indeterminada al "probablemente 4 de agosto" como respuesta a la pregunta "¿hasta cuándo estás aquí?" algo se rompe. El final ya está marcado y, para mi sorpresa, está mucho más cerca de lo que pensaba. Hay tanto por hacer, tantos planes, tantos viajes, tantas experiencias que vivir... Y ahí está ya, dentro de nada, el temido último día en el que cogeré la maleta y diré adiós para siempre. Adiós a mis niños, a mi HM, a mis gatos preciosos, a Brühl, a la catedral, a los viajes express, al Chai Tee Latte, a la Currywurst y, sobre todo, a mi vida como au pair. Se me pone la piel de gallina solo de pensarlo.
En fin, al margen de mis cavilaciones, reflexiones y imposibles mentales, no puedo cambiar de tema sin añadir que mi posible sucesora, la italiana, dijo que no. Que no quería vivir con esta familia tan maravillosa. ¿Qué puedo decir? Ella se lo pierde.
Acabé una semana de realidades y verdades con un tándem alemán-español (con un marcado acento argentino) y un helado. Y es que ese domingo llegamos a los 24ºC. Como decía mi HD "casi casi como en España", sí, casi casi como en casa.
El fin de semana siguiente tampoco fue mucho más tranquilo. El sábado tuve viaje improvisado a Amsterdam que reavivó mis ganas de ver mundo y viajar. Y para consolidar este sentimiento viajero, el domingo tuve una visita muy especial.
Si en su momento empecé a escribir (mejor o peor) mis andanzas como au pair, desde luego no fue para conocer gente. No personalmente, claro. Cuando escribes, lees, y cuando lees, te implicas en la vida de una persona: te diviertes con sus anécdotas, te sientes mal cuando le va mal, te alegras con sus alegrías. Y te identificas. Ves que las meteduras de pata con el idioma o las peleas con los niños no son solo cosas tuyas porque no tienes ni idea, si no que es más corriente de lo que te piensas. Gente con la que te puedes quejar sin que te miren como si fueras un perro verde. Pero de ahí a ponerle cara y voz a unos cuantos post, hay un trecho. Si alguien me preguntara hoy los motivos por los que escribo aquí, añadiría sin lugar a dudas la posibilidad de conocer a gente tan bonica y adorable como ella.
Y después de otra semana de maltrato en el gimnasio y clases de alemán nos plantamos en el fin de semana pasado. Para seguir con el espíritu viajero, el sábado aprovechamos las maravillosas ofertas de excursiones en grupo por Alemania para ir a Frankfurt am Main (SchönesWochenendeTicket - cinco personas (aunque fuimos cuatro) - todo el país - 44€). La verdad, no sé si escribiré una entrada porque dejó mucho que desear y si lo hiciera, sería para recalcar las ventajas de viajar solo sin gente porculera. Solo diré que, de cinco horas que teníamos para ver la ciudad, dos las pasamos buscando un McDonalds. ¡UN MCDONALDS! Ver para creer.
Y ayer, para compensar que el sábado había hablado mucho español, volví a hacer un tándem con la chica de la semana anterior, que para subirme el ego me dijo que mi alemán era el mejor de todos los otros tándems que había hecho (y ya paro de alabarme en esta entrada, ¡lo prometo!).
Mientras lo escribo, parece que haya pasado una eternidad, pero a la vez se ha ido volando. Dentro de dos días hago siete meses y solo quedarán cuatro para volver a casa. Contando con una parada en mayo para volver a tierras españolas a hincharme a comer, a ver series online y, si acaso, ver a la familia. Y ya que estoy, voy a amortizar las horas que me he saltado el gym y lo cuento bien. Resulta que la familia se va de vacaciones la primera semana de mayo. Así son ellos de raros, que no cogen vacaciones cuando todo el mundo. En un principio pensé quedarme en Alemania y aprovechar la semana para viajar por aquí y ver un par de sitios que de otra forma no podría ver por falta de tiempo. Pero al ser una semana "rara" nadie tiene vacaciones, por lo que me tocaría viajar sola (cosa que, como ya contaré ahora mismo no me parece tan problemático). Y además, si me quedo aquí, ya no volvería a casa hasta verano y de navidades a agosto me parecía una eternidad sin hacer una parada en casa. Ahora mi gran duda es si facturar una maleta y aprovechar el viaje para dejar allí toda la ropa de invierno, unos cuantos libros y cosas que dejar allí y poder traerme la ropa de verano. Así el último día (maldito último día, no paro de nombrarlo) no tendré problemas de sobrepeso o de facturar otra maleta (que por cierto tendría que comprar...).
Y para terminar esta larga y aburrida entrada, tengo que contar lo que llevo planeando toda la mañana y que ha evitado una muerte segura en clase de aeróbic. Resulta que en Semana Santa servidora tiene cuatro días libres. Después de descartar el viaje a Berlín (precios de avión astronómicos y horas de autobús impensables si quiero pasar un tiempo decente en la capital de Alemania, además de que nadie quería acompañarme...) intenté buscar un plan B para hacer esos días. La idea de quedarme en casa teniendo tanto por descubrir me parecía absurda y en un principio pensé viajar por la región y volver a casa a dormir. Pero claro, un viaje a la ciudad de al lado lo puedo hacer cualquier fin de semana (que al final, seguro que con la tontería de "está aquí al lado, lo puedo ver cuando quiera" no lo hago, ya veréis...).
Al final he decidido hacer un mini intento de inter-rail (que lo único que tiene de inter-rail es el tren, pero ¿a que suena bien?) por la zona del suroeste y aprovechar para visitar una ciudad que para mí tiene mucha historia. No me podía ir de Alemania sin haber estado en la ciudad donde se crió mi padre y donde vivió más de 20 años.
El viaje se quedaría así, aunque está sujeto a modificaciones:
Día 1: Köln - Heidelberg.
Día 2: Heidelberg - Karlsruhe - Pforzheim
Día 3: Hohenzollern Schloss (?) - Freiburg
Día 4: Freiburg - Köln
Y lo más probable es que lo haga sola. Yo y el mundo. Prefiero no pensarlo que me asusto.