¡Hola, hola, caritas lindas!
Mayo ya está llegando a su fin y se
nota. Por aquí tenemos días de verano asfixiantes y tormentas invernales. A la
vez. Aunque cuando volví de España me recibieron con un mini
invierno primaveral. Vamos, que tuve que volver a sacar las botas y
los abrigos. Sí, en mayo. Ver para creer.
Mis niños están más
adorables y más insoportables que nunca y en el ambiente se palpa la
emoción de la entrada en el cole. Ya han comprado las mochilas y
¡menudo ritual!: que si plumier, que si estuche, que si mochila
adaptada para la espalda con tropecientos millones de bolsillos, que
si bolsa de deporte... Todo ello a juego y con pegatinas
intercambiables (que, conociendo a mis niños, acabarán en paradero
desconocido la primera semana). Por supuesto todo carísimo a más no
poder. Me acuerdo en mi época, cuando me tocaba reutilizar lo que podía
de mir hermano antes de comprar nada (puf, vaya comentario más de
abuela de cuéntame xD). Y estos niños tienen lápices para parar un
tren y aún así ¡toma! Estuche completo con todos los accesorios...
Aunque siendo sincera, me da mucha pena perderme el primer año de
cole y todo lo que conlleva aquí en Alemania, pero bueno, le
dejaremos la experiencia a la próxima au pair (que por cierto, ya
está contratada y es de Ucrania).
Ayer cumplí los nueve meses. ¡Nueve
meses! Madre mía, cómo pasa el tiempo. Si parece que fue ayer
cuando llegué...Y aún así, cuando miro atrás y veo todo lo
recorrido, lo que he pasado, lo bueno, lo malo... parece que haya
pasado una eternidad. Nueve meses ni más ni menos, ¡pero si hasta
podría haber tenido un bebé y todo!
En fin, que me lío.
El mes empezó con mi viaje a España.
Como mi HF se iba de vacaciones un día antes de mi vuelo, decidí
largarme de casa antes que ellos y mendigarle a una amiga un suelo
donde dormir. No porque mis HP no se fiaran de dejarme sola en casa,
sino porque, sinceramente, tenía miedo de olvidarme de cerrar
ventanas/puertas/gatera, apagar esto y lo otro... Me negaba a
llevarme un susto de muerte en medio del avión porque en ese mismo
instante me asaltara la duda de si había cerrado la puerta con llave
o no. Así que por el bien de mi salud mental, cogí mi maleta y abandoné el barco.
A pesar de llevar sin unos cuatro meses
sin pisar tierras españolas, el viaje no me hacía especial ilusión.
Y antes de que me tachéis de monstruo sin corazón, explicaré por
qué. No es que no tuviera ganas de volver a ver a mi familia, ni
muchísimo menos, pero... Mi vida aquí y mi vida allí son
totalmente diferentes y, para qué os voy a engañar, esta me gusta
más. Los viajes, las aventuras con los críos, los paseos en bici...
Un millar de cosas que aquí son tan normales como respirar y allí
son impensables. Pero bueno, a nadie le amarga un dulce y a unos días
de relax total y no pegar palo al agua no se les puede decir que no.
Resumiendo un poco, me inflé de tortilla de patatas y pescado (aquí no se come prácticamente y lo echaba mucho de menos). Aunque vagueé mucho, aproveché para hacer cosillas que tenía por ahí pendientes, ver a unos cuantos amigos, hacer una excursión familiar... En fin, lo típico.
Altea, maravilla del mediterráneo |
También me di cuenta después de pasar un día en la universidad con mis amigas lo diferente que será todo el año que viene, cuando ya no tenga a nadie con quien criticar a los profesores ineptos, con quien pasar las horas muertas entre clase y clase, a quien arrastrar a la biblioteca para buscar un libro de nombre indefinido, con quien hacer los trabajos de grupo y no tener reparo en decirnos "tu parte apesta"... Es el único momento desde que me fui, que me dio pena haberme ido. La idea de "volver a empezar" tener que hacer nuevos amigos, nuevos compañeros... Y no es que no los vaya a volver a ver, pero no será lo mismo. Pero bueno, ya asumí que sería algo de lo que me tocaría deshacerme cuando tomé la decisión y ahora toca apechugar.
Esta vez el viaje de vuelta fue estupendo. Llegamos con tiempo de sobra y no perdí ningún documento importante ni nada por el estilo. El vuelo fue genial, me dormí a la mitad y me desperté para aterrizar, así que ni me enteré. En el vuelo, por cierto, me encontré con un hombre que había sido profesor en mi instituto hacía como unos cinco años atrás, que luego lo encontré en el tren y luego en la estación, ¡el mundo es un pañuelo! Llegué viernes por la tarde a Colonia y volví a casa yo sola porque mi HM estaba con los críos. La verdad, es un poco triste cuando bajas del avión y no hay nadie esperándote, sentí una sensación de abandono importante, como si llevara un cartel encima que pusiera “nadie me quiere” jajaja.
Al contrario de lo que pasó en navidades, que volví con la moral por los suelos, esta vez llegué espléndidamente, decidida a aprovechar esos tres meses que me quedaban y exprimirlos al máximo. Ese mismo sábado fue el cumpleaños de mi mejor amiga en tierras alemanas, una mexicana que ya estoy empezando a echar de menos y que ha prometido que vendrá a verme en cuanto tenga la oportunidad. Coincidió además con Eurovisión y he de confesar que, aunque nunca he sido fan de este concurso, verlo fuera de casa hizo que naciera en mí una vena patriótica que no sabía que tenía. Y que además España no hiciera del todo el ridículo nos animó todavía más. Por no hablar de las copas que nos tomamos.
La semana pasó sin pena ni gloria y llegó el fin de semana. En teoría no teníamos nada planeado, pero en el último momento la madre de mi HM de dijo que el sábado era el Japan-Tag (día japonés) en Düsseldorf. Resulta que en esta ciudad vive la comunidad más grande de japoneses de toda Europa y un par de días al año celebran una unas jornadas con comida, música, puestos con cosillas típicas... Y nada, allí que fuimos. Aunque al principio fue un poco caótico, eso sí, básicamente porque la gente te dice “bueno, ya veremos” y te plantas a unas horas de salir sin saber con quién puedes contar y con quién no (MODO QUEJA: ON). Al final solo fuimos dos chicas más y yo, por lo que el viaje en tren nos salió algo caro (unos 14€, si hubiéramos sido cinco nos hubiera costado 8€...) pero mereció la pena. Cuando llegamos nos encontramos con una colección de gente de lo más variopinta: desde personas vestidas con el traje tradicional japonés (¡con las “chanclas” estas de madera y todo!), pasando por trajes más propios de la cultura pop japonesa, hasta llegar a todos los personajes de mangas/series/libros habidos y por haber. Con decir que nos topamos con tropecientos Pikachus, doscientas Sailor Moon, unos cuantos Narutos y compañía... ¡Hasta a Bilbo Bolsón vimos! (que no se yo qué pintaba allí, que de japonés poco xD). Eso sí, japoneses pocos. Llegamos a la conclusión de que los propios japoneses huyen de su propio día. Y al final de la noche hubo un castillo de fuegos artificiales bastante bonito. Llegamos a Colonia después de haber luchado con una marea enorme de gente para llegar a la estación y de viajar en un tren llenísimo.
El domingo tuve babysitting y cebé a los niños con crepes de todos los sabores y formas. Después de un par de malas experiencias, ya no me arriesgo a hacerles algo que no sepa que van a comer, así que mis platos estrella son pasta con salsa de bote y crepes. Lo sé, como ama de casa no tengo precio.
Y bueno, este fin de semana pasado no fue nada del otro mundo. El sábado fui a cenar con una amiga y el domingo nos recorrimos las calles de Colonia disfrutando del buen día que hacía. Que por cierto, nos perdimos. En el centro de la ciudad. Donde llevamos viviendo yo nueve meses y ella tres.
Lo que ha hecho importante este mes no
ha sido lo que he hecho (que ya veis que no ha sido mucho), sino las
conclusiones a las que he estado llegando. Ya huele a últimos días,
la fecha de mi vuelta está casi marcada en el calendario (en dos
días compraré el vuelo), ya estoy pensando en lo que tendré que
dejar aquí y tirar y lo que me podré llevar... En fin, que esto se
está acabando. Y no puedo dejar de tener la sensación de que no lo
he aprovechado como es debido, que no he aprendido todo el alemán
que debería, que no he sabido sacarle el máximo partido a toda esta
experiencia...
Desde que volví de España estoy
hablando un alemán horroroso y con la familia es todavía peor. De
hecho, ellos deben de pensar que he desaprendido, porque os puedo
asegurar que con ellos mi nivel es de A2. Pero de meter la pata en lo
más fácil del mundo, hasta con los verbos modales. En serio. La
única solución lógica que se me ocurre es que tengo asumido, por
así decirlo, que delante de ellos hablo mal y eso,
inconscientemente, me hace hablar mal. Que luego en clase o con mis
amigas me expreso mucho mejor, pero lo que es aquí en casa... Y no
solo con la familia, si no con los alemanes en general. Doy por hecho
que como soy extranjera voy a hablar mal y... hablo mal. ¿Hay
alguien por ahí que le haya pasado lo mismo? ¡Decidme que no soy la
única!
Ahora estoy intentando leer más,
estudiar un poco, hacer más tándems. No es que antes no lo hiciera,
pero ahora me lo voy a tomar casi como una obligación. Sé que es un
absurdo intentar hacer en dos meses lo que no he hecho en nueve, pero
por lo menos lo voy a intentar.
Releyéndolo parece que igual estoy sacando un
poco las cosas de quicio, pero es algo que no puedo evitar pensar.
Igual es un efecto secundario poco común de los últimos días, la
sensación de no haber hecho lo suficiente, de que podría haber
mejorado más... ¿Ha valido todo esto la pena?
En fin, como ya he dicho, es imposible recuperar el tiempo perdido, pero intentaré irme de aquí con el mejor sabor de boca posible. Total, todavía me quedan dos meses que pueden dar mucho mucho de sí. Igual solo es cuestión de que ese "bloqueo" desaparezca y para eso necesito un pequeño empujoncillo (un una bofetada, quién sabe xD).
Me despido de vosotros antes de que mi mente siga desvariando y os veáis obligados a cerrar la página asustados :)