martes, 27 de mayo de 2014

Presente, pasado, futuro y mayo

¡Hola, hola, caritas lindas!

Mayo ya está llegando a su fin y se nota. Por aquí tenemos días de verano asfixiantes y tormentas invernales. A la vez. Aunque cuando volví de España me recibieron con un mini invierno primaveral. Vamos, que tuve que volver a sacar las botas y los abrigos. Sí, en mayo. Ver para creer. 

Mis niños están más adorables y más insoportables que nunca y en el ambiente se palpa la emoción de la entrada en el cole. Ya han comprado las mochilas y ¡menudo ritual!: que si plumier, que si estuche, que si mochila adaptada para la espalda con tropecientos millones de bolsillos, que si bolsa de deporte... Todo ello a juego y con pegatinas intercambiables (que, conociendo a mis niños, acabarán en paradero desconocido la primera semana). Por supuesto todo carísimo a más no poder. Me acuerdo en mi época, cuando me tocaba reutilizar lo que podía de mir hermano antes de comprar nada (puf, vaya comentario más de abuela de cuéntame xD). Y estos niños tienen lápices para parar un tren y aún así ¡toma! Estuche completo con todos los accesorios... Aunque siendo sincera, me da mucha pena perderme el primer año de cole y todo lo que conlleva aquí en Alemania, pero bueno, le dejaremos la experiencia a la próxima au pair (que por cierto, ya está contratada y es de Ucrania).

Ayer cumplí los nueve meses. ¡Nueve meses! Madre mía, cómo pasa el tiempo. Si parece que fue ayer cuando llegué...Y aún así, cuando miro atrás y veo todo lo recorrido, lo que he pasado, lo bueno, lo malo... parece que haya pasado una eternidad. Nueve meses ni más ni menos, ¡pero si hasta podría haber tenido un bebé y todo!

En fin, que me lío.

El mes empezó con mi viaje a España. Como mi HF se iba de vacaciones un día antes de mi vuelo, decidí largarme de casa antes que ellos y mendigarle a una amiga un suelo donde dormir. No porque mis HP no se fiaran de dejarme sola en casa, sino porque, sinceramente, tenía miedo de olvidarme de cerrar ventanas/puertas/gatera, apagar esto y lo otro... Me negaba a llevarme un susto de muerte en medio del avión porque en ese mismo instante me asaltara la duda de si había cerrado la puerta con llave o no. Así que por el bien de mi salud mental, cogí mi maleta y abandoné el barco.
A pesar de llevar sin unos cuatro meses sin pisar tierras españolas, el viaje no me hacía especial ilusión. Y antes de que me tachéis de monstruo sin corazón, explicaré por qué. No es que no tuviera ganas de volver a ver a mi familia, ni muchísimo menos, pero... Mi vida aquí y mi vida allí son totalmente diferentes y, para qué os voy a engañar, esta me gusta más. Los viajes, las aventuras con los críos, los paseos en bici... Un millar de cosas que aquí son tan normales como respirar y allí son impensables. Pero bueno, a nadie le amarga un dulce y a unos días de relax total y no pegar palo al agua no se les puede decir que no.

Resumiendo un poco, me inflé de tortilla de patatas y pescado (aquí no se come prácticamente y lo echaba mucho de menos). Aunque vagueé mucho, aproveché para hacer cosillas que tenía por ahí pendientes, ver a unos cuantos amigos, hacer una excursión familiar... En fin, lo típico.

Altea, maravilla del mediterráneo




También me di cuenta después de pasar un día en la universidad con mis amigas lo diferente que será todo el año que viene, cuando ya no tenga a nadie con quien criticar a los profesores ineptos, con quien pasar las horas muertas entre clase y clase, a quien arrastrar a la biblioteca para buscar un libro de nombre indefinido, con quien hacer los trabajos de grupo y no tener reparo en decirnos "tu parte apesta"... Es el único momento desde que me fui, que me dio pena haberme ido. La idea de "volver a empezar" tener que hacer nuevos amigos, nuevos compañeros... Y no es que no los vaya a volver a ver, pero no será lo mismo. Pero bueno, ya asumí que sería algo de lo que me tocaría deshacerme cuando tomé la decisión y ahora toca apechugar.

Esta vez el viaje de vuelta fue estupendo. Llegamos con tiempo de sobra y no perdí ningún documento importante ni nada por el estilo. El vuelo fue genial, me dormí a la mitad y me desperté para aterrizar, así que ni me enteré. En el vuelo, por cierto, me encontré con un hombre que había sido profesor en mi instituto hacía como unos cinco años atrás, que luego lo encontré en el tren y luego en la estación, ¡el mundo es un pañuelo! Llegué viernes por la tarde a Colonia y volví a casa yo sola porque mi HM estaba con los críos. La verdad, es un poco triste cuando bajas del avión y no hay nadie esperándote, sentí una sensación de abandono importante, como si llevara un cartel encima que pusiera “nadie me quiere” jajaja.

Al contrario de lo que pasó en navidades, que volví con la moral por los suelos, esta vez llegué espléndidamente, decidida a aprovechar esos tres meses que me quedaban y exprimirlos al máximo. Ese mismo sábado fue el cumpleaños de mi mejor amiga en tierras alemanas, una mexicana que ya estoy empezando a echar de menos y que ha prometido que vendrá a verme en cuanto tenga la oportunidad. Coincidió además con Eurovisión y he de confesar que, aunque nunca he sido fan de este concurso, verlo fuera de casa hizo que naciera en mí una vena patriótica que no sabía que tenía. Y que además España no hiciera del todo el ridículo nos animó todavía más. Por no hablar de las copas que nos tomamos.

La semana pasó sin pena ni gloria y llegó el fin de semana. En teoría no teníamos nada planeado, pero en el último momento la madre de mi HM de dijo que el sábado era el Japan-Tag (día japonés) en Düsseldorf. Resulta que en esta ciudad vive la comunidad más grande de japoneses de toda Europa y un par de días al año celebran una unas jornadas con comida, música, puestos con cosillas típicas... Y nada, allí que fuimos. Aunque al principio fue un poco caótico, eso sí, básicamente porque la gente te dice “bueno, ya veremos” y te plantas a unas horas de salir sin saber con quién puedes contar y con quién no (MODO QUEJA: ON). Al final solo fuimos dos chicas más y yo, por lo que el viaje en tren nos salió algo caro (unos 14€, si hubiéramos sido cinco nos hubiera costado 8€...) pero mereció la pena. Cuando llegamos nos encontramos con una colección de gente de lo más variopinta: desde personas vestidas con el traje tradicional japonés (¡con las “chanclas” estas de madera y todo!), pasando por trajes más propios de la cultura pop japonesa, hasta llegar a todos los personajes de mangas/series/libros habidos y por haber. Con decir que nos topamos con tropecientos Pikachus, doscientas Sailor Moon, unos cuantos Narutos y compañía... ¡Hasta a Bilbo Bolsón vimos! (que no se yo qué pintaba allí, que de japonés poco xD). Eso sí, japoneses pocos. Llegamos a la conclusión de que los propios japoneses huyen de su propio día. Y al final de la noche hubo un castillo de fuegos artificiales bastante bonito. Llegamos a Colonia después de haber luchado con una marea enorme de gente para llegar a la estación y de viajar en un tren llenísimo.





El domingo tuve babysitting y cebé a los niños con crepes de todos los sabores y formas. Después de un par de malas experiencias, ya no me arriesgo a hacerles algo que no sepa que van a comer, así que mis platos estrella son pasta con salsa de bote y crepes. Lo sé, como ama de casa no tengo precio.

Y bueno, este fin de semana pasado no fue nada del otro mundo. El sábado fui a cenar con una amiga y el domingo nos recorrimos las calles de Colonia disfrutando del buen día que hacía. Que por cierto, nos perdimos. En el centro de la ciudad. Donde llevamos viviendo yo nueve meses y ella tres.








Lo que ha hecho importante este mes no ha sido lo que he hecho (que ya veis que no ha sido mucho), sino las conclusiones a las que he estado llegando. Ya huele a últimos días, la fecha de mi vuelta está casi marcada en el calendario (en dos días compraré el vuelo), ya estoy pensando en lo que tendré que dejar aquí y tirar y lo que me podré llevar... En fin, que esto se está acabando. Y no puedo dejar de tener la sensación de que no lo he aprovechado como es debido, que no he aprendido todo el alemán que debería, que no he sabido sacarle el máximo partido a toda esta experiencia...
Desde que volví de España estoy hablando un alemán horroroso y con la familia es todavía peor. De hecho, ellos deben de pensar que he desaprendido, porque os puedo asegurar que con ellos mi nivel es de A2. Pero de meter la pata en lo más fácil del mundo, hasta con los verbos modales. En serio. La única solución lógica que se me ocurre es que tengo asumido, por así decirlo, que delante de ellos hablo mal y eso, inconscientemente, me hace hablar mal. Que luego en clase o con mis amigas me expreso mucho mejor, pero lo que es aquí en casa... Y no solo con la familia, si no con los alemanes en general. Doy por hecho que como soy extranjera voy a hablar mal y... hablo mal. ¿Hay alguien por ahí que le haya pasado lo mismo? ¡Decidme que no soy la única!
Ahora estoy intentando leer más, estudiar un poco, hacer más tándems. No es que antes no lo hiciera, pero ahora me lo voy a tomar casi como una obligación. Sé que es un absurdo intentar hacer en dos meses lo que no he hecho en nueve, pero por lo menos lo voy a intentar.

Releyéndolo parece que igual estoy sacando un poco las cosas de quicio, pero es algo que no puedo evitar pensar. Igual es un efecto secundario poco común de los últimos días, la sensación de no haber hecho lo suficiente, de que podría haber mejorado más... ¿Ha valido todo esto la pena?

En fin, como ya he dicho, es imposible recuperar el tiempo perdido, pero intentaré irme de aquí con el mejor sabor de boca posible. Total, todavía me quedan dos meses que pueden dar mucho mucho de sí. Igual solo es cuestión de que ese "bloqueo" desaparezca y para eso necesito un pequeño empujoncillo (un una bofetada, quién sabe xD).
Me despido de vosotros antes de que mi mente siga desvariando y os veáis obligados a cerrar la página asustados :)


jueves, 15 de mayo de 2014

Extravagancias, sinsentidos e injusticias varias

A lo largo de nuestro año como au pair nos encontramos con situaciones, reglas y momentos que rayan los límites de la lógica, van de la mano de la injusticia y harán que más de una vez nos hagamos sangre en la lengua de tanto morderla para evitar decir lo que pensamos. Y esto es una verdad inamovible. No estoy diciendo que, si en algún momento algo nos parece “demasiado” raro, ilógico o injusto, no podamos comentarlo con la familia e intentar cambiarlo. Pero como en todo, la última palabra la tienen los HP y en muchas ocasiones tendremos que tragar con lo que digan y nos tocará hacer cumplir (o cumplir) unas reglas que son, cuanto menos, descabelladas. Y no lo digo yo sola, no. Cuando un grupo de au pairs se juntan, no se puede evitar la pregunta de “¿en tu familia hacen...?” buscando una respuesta que confirme nuestra sospecha de que los raros son ellos y no nosotras. Y lo normal es que el resto de au pairs, cada una de un país, de una casa, de su padre y de su madre, te miren con cara de “¿pero tú dónde te has metido?”. Porque puede que procedamos de otra cultura, que algunas de nuestras reglas básicas sean distintas, que nos hayamos criado en otros ambientes... pero la lógica es la lógica y aquí hay muchas cosas que no la tienen.

Seguramente muchas sabréis a qué me refiero y tendréis en mente un montón de situaciones en las que tuvisteis que hacer algo a rajatabla a pesar de que os pareciese lo más absurdo del mundo. Igual hay otras que estarán pensando que soy una exagerada y que seguramente todo esto son delirios de una mente irracional. Tanto para unos como para otros, aquí os dejo una lista de ejemplos (propios y ajenos) recopilados durante estos meses que os harán preguntaros “¿en serio?”

  1. La ropa.
Mis niños tienen ya seis años y para la edad que tienen son realmente listos. Saben sumar, multiplicar, dividir, incluso conocen ya algunas raíces cuadradas y algunos números al cubo y al cuadrado (¡y eso que todavía van a la guardería!). Eso sí, HAY QUE VESTIRLOS. Y no interpretéis que hay que ayudarlos para que no se pongan la camiseta al revés o los calcetines en las orejas, no. Hay que quitarles el pijama y vestirlos prenda por prenda. Según la madre, así es más rápido y perdemos menos tiempo. Claro, eso lo entendería si los niños tuvieran que llegar a una hora determinada (como ya he dicho, van a la guardería y pueden entran cuando quieran), si tuvieran el tiempo justo por una u otra razón... Pero, ¿para que quieres que se vistan más rápido si luego se tiran 15 minutos jugando antes de bajar a desayunar? ¿No sería más lógico dejar que aprendieran a vestirse solos aunque lo hagan despacio para que así el día de mañana lo sepan hacer ellos solos a una velocidad decente? Puede que sí, pero de momento ahí estamos por las mañanas, vistiéndolos. 

  1. Lavarse los dientes.
Esta es la regla con la que más desacuerdo estoy y la que más me frustra: a los niños hay que lavarles los dientes después de que ellos se los hayan lavado. Si lo vemos desde el punto de vista de unos padres preocupados por la higiene dental de sus hijos, tiene sentido que quieran asegurarse de que no tengan bacterias asesinas que les pudran los dientes. Si lo vemos desde el punto práctico, es lo más absurdo del mundo. Básicamente porque los niños PASAN (literalmente) de lavarse los dientes y lo único que hacen es marear con el cepillo y comerse la pasta, por lo que no aprenden cómo hay que lavárselos correctamente y no tienen interés alguno en hacerlo.

Y no hay mejor ejemplo que este. Un día, cansada de ver cómo uno de los críos tonteaba con el cepillo en la boca tuvimos una conversación más o menos así:

Au pair: -Si no te lavas bien los dientes, vas a necesitar siempre que te los lave después. Tienes que aprender a lavártelos correctamente.
Niño: -¿Pero para qué me los voy a lavar si luego me los vas a lavar tú? (lógicamente)
Au pair: -Bueno, si lo haces bien, ya no lo necesitarás.
Niño: -No, la mamá dice que hay que seguir lavándolos hasta que aprenda a escribir.
(Niño que llama a su madre, que al ratito asoma la cabeza por la puerta del baño)
Niño: -¿Hasta cuándo vamos a necesitar el lavado de después?
Madre: -Hasta que sepáis escribir correctamente (con tono de convicción absoluto, como si le hubieran preguntado cuánto son dos más dos).
No me vi la cara, pero decir que fue un poema se queda corto. También podríamos esperar a que les salga pelo en las piernas, o barba. Me parece un momento tan absurdo como aprender a escribir para aprender a hacer una cosa tan esencial como lavarse los dientes.

  1. El deporte
Está bien que los niños hagan deporte, que corran y que disfruten del tiempo libre. Sobre todo si alguno empieza a dar señales de sobrepeso. La au pair en cuestión, por orden de la madre, tenía que obligar a una niña algo rellenita a salir, moverse y comer más fruta y verdura. Esto, que parece algo sencillo, le trajo un montón de problemas porque la niña se negaba a cambiar su bollo con chocolate por una manzana. La au pair, que tenía que seguir las reglas marcadas, luchaba con esta niña cada día para que comiera más sano y se moviera. Eso sí, cuando la madre volvía por las noches le dejaba arrasar el cajón de los dulces.

  1. El chantaje
Todas sabemos que el chantaje es la peor forma de educar porque los niños deberían comprender que tienen que hacer las cosas por sí mismos y no ponerles entre la espada y la pared y todo eso. Hasta ahí todo claro. Pero, ¿cómo obligas a un niño perezoso a recoger una habitación que parece haber sido arrasada por un tornado si no le amenazas con la desaparición de ciertos juguetes? O ¿cómo haces que un niño se ponga el pijama si no le amenazas con no leerle su cuento? Igual no os parecerá chantaje, pero estos niños siempre tienen en la boca la palabra “Erpresung!” lista para salir y darte a entender que el chantaje está prohibido y que por ese camino no vas a conseguir nada. Por suerte hay niños medianamente obedientes que al final acaban recogiendo, PERO hay ocasiones en las que te tragas las palabras y recoges porque según las reglas, está prohibido chantajear. 

  1. Ir al aseo antes de salir
Esta es otra de las reglas que, aunque no lo parezca, más me fastidia. Los niños tienen que ir al aseo antes de salir de casa. Sí o sí. Claro, esto es lógico, razonable y comprensible si no quieres tener un niño en medio de la calle a punto de mearse encima. Pero, ¿qué pasa si el niño ha ido al aseo hace CINCO minutos? Pues que también tiene que ir. Y punto. Veamos, es imposible que un niño que fue al aseo hace CINCO minutos (y lo pongo en mayúsculas porque de verdad clama al cielo) vuelva a tener ganas de ir otra vez. Y si dijéramos que se va al monte, de excursión o a algún sitio donde no tenga acceso a un baño, tendría algo de sentido. Pero no, se va a la guardería, dónde hay un aseo por niño.
Y esta regla no la encuentro absurda solo yo, sino ellos, que se enfadan porque, evidentemente, si fueron hace CINCO minutos, lo único que hacen es perder el tiempo y malgastar agua.

  1. Doblar la ropa
Nunca me he sentido en esta casa la chacha o la señora de la limpieza. Al contrario que otras chicas, mis tareas del hogar son muy poquita cosa y entre ellas está doblar la ropa. No quiero aprovechar para quejarme ni lamentarme, no me entendáis mal. Pero después de haberme tirado más de media hora doblando camisetas, ropa interior y calcetines (todo de los niños, claro), no hay nada más alentador que encontrar el armario hecho un desastre, con montones de ropa dejados de cualquier manera y hechos un higo. Mi HM puede dejar así la ropa porque es la HM y yo, sin embargo, tengo que estar una hora doblando inmensidades de calcetines.

  1. La comida
Uno de las regañinas que más presente tengo de mi infancia (y no tan infancia, a día de hoy las sigo escuchando...) era de mi abuela para que me comiera todas las lentejas/sopa/puré... En mi casa, eso de dejar el plato lleno era un pecado y te lo tenías que comer, sí o sí, tardaras más o tardaras menos (ya sabéis el dicho: “lentejas, si las quieres las tomas y si no... las tomas”). Bueno, pues aquí no. Si el niño no quiere comer más, aparta los cubiertos de la forma correcta para indicar que terminó. Y punto. Una de las cosas que más me encoleriza ver como el plato lleno de comida se tira entero porque el crío “ya no quiere más” o porque “no le termina de gustar”. ¿Y qué más da que se tire? Hay más comida en la nevera, ¿no?

  1. Los cubiertos
Siguiendo con el tema de la comida, una de las reglas más estrictas y exageradas es la de respetar los modales en la mesa. Y no es que yo sea una salvaje que come con las manos y se limpia con la manga de la camiseta y evidentemente hay que respetar unas reglas en la mesa, pero os puedo asegurar que en esta casa hay reglas que no se cumplen ni en una cena con el rey. De estas reglas, por cierto, es responsable mi HD, que a veces obliga a los chiquillos a comportarse de una manera que supera la ficción. Ejemplos de esto son:

-La comida no se pincha. NO SE PINCHA. La comida se empuja suavemente con el cuchillo encima del tenedor y entonces, con el correcto ángulo del codo y la muñeca, te lo llevas a la boca. Porque, palabras literales “no estamos en el McDondalds” (porque ya sabéis, los que vamos al McDonalds somos despojos de la sociedad sin educación ni futuro que comen patatas fritas con las manos). Pero vamos a ver, hombre de dios, ¿para qué tienen púas los tenedores si no es para pinchar? Mis conocimientos del protocolo no llegan tan lejos, lo admito, pero... ¿desde cuándo es de mala educación que en el comedor de tu casa pinches la comida con el tenedor? Y repito, PINCHAR LA COMIDA CON EL TENEDOR está mal.

-El ángulo del codo y el movimiento de muñeca son de vital importancia para comer correctamente. Sujetar los cubiertos correctamente también. Y cuidado si no lo haces, que te caerá una charla impresionante. De verdad, respeto que les quiera inculcar a sus hijos que se debe comer correctamente, pero no pretendas que un niño de seis años muerto de hambre preste atención al “ángulo del codo”. O sea, fijarse en el movimiento de muñeca al comer SÍ, lavarse los dientes solos NO.

De momento terminaré aquí la lista, aunque puede que se me vayan ocurriendo o escuchando más cosas dignas de plasmar en una segunda parte (e incluso tercera, si se diera el caso) de esta entrada. ¿Os ha pasado algo parecido por casa o es que yo soy una exagerada de campeonato?


domingo, 4 de mayo de 2014

Excursiones aupairiles: Ostern - Días 3 y 4

Aquí estoy de nuevo para seguir con el viaje por Baden-Württemberg. En esta entrada he comprimido los dos días que me quedan por contar. En un principio pensaba publicarla antes de mayo y de hecho ya la tenía preparada antes de irme, pero entre unas cosas y otras se me echó el tiempo encima y no pude. Pero bueno, aquí está, para todo el que quiera seguir leyendo.

El día tres empezó de maravilla en mi hostal-hotel. Recogí las cuatro cosas que me quedaban por allí desperdigadas y me fui bien animada. ¡Hacía sol y todo! Eso sí, duró lo suficiente para decirle hola y adiós.
Ese día tenía planeado visitar el castillo Hohenzollern y Tübingen y para eso tenía que coger un tren hasta Stuttgart (donde tuve que esperar una hora que aproveché para tomarme un café) y de ahí a Hechingen, que es pueblo más cercano al castillo y desde donde sale el autobús que te lleva "a la puerta".

Estación de Stuttgart con el símbolo de Mercedes arriba

El trayecto en tren duró una hora, más o menos. Pero si pensáis que sería un día sin sorpresas, estáis totalmente equivocados. Resulta que yo, joven e inocente, me monté en un tren que, según el panel de la estación y la información que había impreso en la máquina de la DB, iba al destino deseado. Como todavía faltaban unos 15 minutos para que saliera, busqué un sitio cómodo y me puse a leer un rato. Ya entonces empecé a oír ajetreo por el tren, gente que se levantaba, gente preguntando a otra gente, pero no le di importancia. Al ratillo, ver a tanta gente entrar, preguntar y salir, me mosqué un poco porque eso ya no era normal, así que pregunté a la señora que tenía detrás si ese tren iba a Hechingen. La mujer, muy amablemente, me dijo que ni idea, pero que si lo ponía en el panel, seguramente sí. Yo estaba con la duda, pero ¡era el tren correcto y el andén correcto! Y cinco minutos antes de que saliera el tren, por megafonía nos informaron de que SÓLO el primer vagón seguía para Hechingen y otros pueblos, el resto del tren se quedaba en un pueblo intermedio. Todo esto con voz de megafonía y tono de "el que no me entienda que se joda". Pues nada, como yo estaba cómodamente en el último vagón, me tocó coger mis cosas a toda prisa y salir del tren para volver a montar en el primero. Eso sí, yo y unas 15 personas más, que nos cagamos en la inexistencia de carteles que informaran de este "problemilla" (que, en serio, no estaba indicado en NINGÚN sitio). Es más, alguien que no hablara alemán lo suficiente como para poder descifrar el mensaje, se habría quedado tan cómodamente en el vagón incorrecto. O alguien con cascos, o alguien sordo, por poner un par de ejemplos.

Por cierto, el conductor a medio camino te repite que solo el primer vagón sigue a Hechingen. Por si te apetece saltar de un vagón a otro por la ventana o algo. Además, hay que tener cuidado con estos trenes porque la próxima parada no sale en ningún panel, lo avisa el conductor. Es decir, tú escuchas una aproximación de lo que sería "signt prada: Hching" y tienes que dar por hecho que es allí. O preguntar. Yo me decanté por la segunda, por si las moscas, no fuera a ser que me bajara en medio de la nada. Al llegar allí, resultó que no era la única que había decidido ir a ver el castillo y la parada de autobús estaba llena de japoneses e hindúes que iban tan perdidos como yo. Porque, siguiendo con la escasez de indicaciones, no había ningún sitio que indicara dónde paraba el autobús (y si lo había, no lo vi). Para los interesados, este autobús entra dentro de los permitidos del Baden-WürttembergTicket. El camino hacia el castillo duró unos 20 minutos más o menos y al llegar te dejan en la tienda de recuerdos y un aseo que hay al lado (muy limpio, por cierto).

Vistas del castillo desde Hechingen ¡y eso que había niebla!
Yo pensaba que el autobús me dejaría directamente en la puerta del castillo (¿no os he dicho que soy joven e inocente?), pero no, todavía queda un trozo por subir. "¿Para qué pagar 3€ por un autobús que me deje en la puerta cuando tengo dos piernas?". A los cinco minutos de subida mortal me di cuenta de que ese NO era el mejor momento para racanear 3 eurillos. Y más con la mochila cargando porque, se me olvidaba comentarlo, no hay taquillas donde dejarla. Después de los veinte minutos más largos de mi vida, donde pensaba que se me saldrían los pulmones por la boca (no es que sea exagerada, es que llevaba un par de semanas con alergia y tenía los pulmones un poco hechos polvo, y sumarles una caminata por el bosque no creo que fuera lo más recomendable), llegué a la puerta del castillo Hohenzollern. O Nido de Águilas, lo que prefiráis. Solo que a Nido de Águilas puedes subir en una cesta y aquí te dejas los higadillos.
Eso sí, mereció la pena.
Tramo de las escaleras asesinas











¡Y mirad qué vistas!




El castillo perteneció (y pertenece) a la familia Hohenzollern, de donde salieron los reyes de Prusia y el primer emperador después de la reunificación alemana Guillermo I. Originalmente se construyó en el siglo XI, pero en el siglo XV y después de un asedio quedó totalmente destruido. A mediados de ese siglo lo volvieron a reconstruir y pasó a ser el refugio de la familia, aunque con el tiempo se fue deteriorando y quedó casi abandonado. A finales del siglo XIX, Guillermo I regresó al castillo y ordenó su restauración.

La entrada cuesta 9€ con descuento para estudiantes y puedes verlo TODO aunque sin visita guiada.


Después de una parada para engullir una Currywurst, seguí pululando por ahí.


Al final estuve unas tres horas. Tiempo más que de sobra para verlo TODO, con fotos incluidas, parada para comer y visita a la tienda de recuerdos. Todavía quedaba una hora para que pasara el autobús hasta Hechingen, pero estaba cansadísima y me bajé a esperarlo y a hacer tiempo en la tienda (por cierto, hay dos, una arriba y otra abajo).

Otra vez autobús, otra vez tren y llegué a Tübingen. La parada en esta ciudad fue más casualidad que interés, porque fue allí donde reservé el albergue (lo había intentado en Suttgart, pero estaba todo lleno).
Llegué un poco asqueada de tanto tren, cansada y con ganas de tirarme en plancha a la cama. Me dirigí directamente al albergue (a unos 15 minutos andando de la estación y a 5 del centro) para poder dejar de una vez la mochila, que ya parecía que se me iba a fusionar con la espalda. Esta ve me alojé en uno de los albergues juveniles de Alemania (DJH). La habitación, con sábanas y desayuno me costó 24€, que no está mal. PERO para pasar la noche tienes que hacerte socio, y esto vale 7€. 7€ que duelen mucho porque, aunque la cadena está bien, no es nada del otro mundo y no es para nada más barata que otros hostales y, aunque está en prácticamente todas las ciudades grandes de Alemania, suelen estar lejos del centro o de las estaciones. Contando con que mis experiencias en los otros hostales había sido muy buena y que el precio había sido el mismo, si tenéis la opción de coger otro sitio, ahorraros esos 7€.

Me tocó una habitación con dos camas, que ya estaba ocupada. Y que, además, olía a rancio. Dejé la mochila, cogí un par de cosas y me marché antes de caer en la tentación y echarme a dormir.
La ciudad está bien, es bastante bonita, pero sí que es verdad que la vi un poco a desgana. Pero ahí que seguí, no iba yo a desperdiciar un día de viaje por un dolorcillo de pies.

Vistas desde la habitación




El ayuntamiento ¿y a que no sabéis qué? Estaba en obras -.-






Con el lema de "ya que estoy aquí, voy a seguir" subí al castillo (no lo tenía planeado). Esta vez la subida era más suave y no morí por el camino.



Y estas son las vistas.



Cuando decidí que ya no podía más (de esto que piensas "si doy otro paso más, me muero") me fui a cenar y de vuelta a albergue. Creo que eran las diez cuando me dormí. Al rato escuché un ruido y mi compañera dio la luz, pero enseguida que vio que había alguien durmiendo, la apagó. Más maja.

Al día siguiente me desperté con un dolor de piernas importante. Pero este día iba a ser más light. Aproveché los 7€ que había pagado por el carnet de socio para saquear el buffet del desayuno. Al principio me dio una vergüenza tremenda, pero luego me imaginé al capitán Jack Sparrow diciendo "¡arrasa con lo que veas y generoso no seas!". Y claro, a Johnny Depp no se le puede llevar la contraria.

Una hora de tren después, llegué a Sigmaringen. El castillo está a unos 10 minutos andando de la estación, sin cuestas ni escaleras.
Es precioso. Por fuera, la zona del Danubio, parece una fortaleza de piedra, pero la parte que da a la ciudad es más detallista.

Sigmaringen, por cierto, es un pueblecillo bastante bonito.







La entrada cuesta 7€ con descuento para estudiantes e incluye una visita guiada. En el patio de armas puedes hacer fotos, pero dentro no.







Aproveché que quedaba una hora hasta que saliera el tren para darle una vuelta completa y poder sacar fotos de la parte que da al río. Además, con la entrada de la visita puedes visitar un pequeño museo donde están las acuarelas de una de las reinas que vivió allí.






El interior es INPRESIONANTE. Este castillo también era de la familia Hohenzollern, de otra rama de la que salió el rey de Rumanía, y no deja a nadie indiferente. De hecho, tiene una de las colecciones de armaduras más grandes y uno de los tapices más antiguos y más bonitos de Europa.

El único problema es que el guía hablaba raro. Muy raro. Y era muy difícil entenderlo. Incluso alguno de los alemanes que había en la visita comentó que era difícil pillar lo que decía. Eso sí, hizo la visita bastante amena, con chistes (muchos no los pillé, pero me reí de todas formas por guardar las apariencias). Y, por cierto, una vez comienza la vista hay un Gepäckraum donde puedes dejar la mochila.

He de decir que este castillo me gustó mucho más, tanto por situación, como por la visita, como por lo increíble que es por dentro.

Cogí el tren y a las dos horas llegué a Stuttgart. Por suerte era directo y Stuttgart la última parada, por lo que (creo) me dormí un rato. Después vino una hora de espera y de que me estafaran 1,60€ por una bolsa de gominolas Haribo (pero no pude evitarlo, me pudo el ansia por algo dulce) y luego otra hora hasta Heidelberg. ¿Por qué Heidelberg? Porque el tren más barato que encontré hasta Colonia era desde Heidelberg. En su momento comprarlo a las 20.25 me pareció muy buena idea, "así no tendré que ir con prisas" pensé. Bueno, cuando llegas a las estación a las 18.00 y te toca esperar unas cuatro horas, cambias de idea. Estando allí pensé que que podría haber ido a dar una vuelta por mi querido Heidelberg, pero estaba muy muy cansada y además no controlaba los horarios de metros, y me daba pánico perder el tren a casa. Así que ahí me quedé, paseándome por el Rossmann, revoloteando por la librería, inventándome historias sobre la gente que pasaba...
Parece que no, pero fueron unas horas largas, largas, largas.

Pero por fin apareció mi tren en el panel. Y, para mi sorpresa, no tenía retraso. Es el problema de los IC de aquí, que van más rápidos pero suelen tener muchos retrasos y de bastante tiempo. Ya me había pasado dos horas allí, no quería tirarme otra media hora esperando al tren...

Y para finalizar, para ponerle la guinda a mis cuatro días de aventureo y turisteo, en cuanto llegué a Colonia vi que mi tren para Brühl salía prácticamente en ese momento. Y era o cogerlo o esperar una hora allí sentada. Teniendo en cuenta que mi cupo de apalancamiento en estaciones estaba cubierto, me lancé como una loca por las escaleras hasta el metro. Menos mal que al ser las once no había demasiada gente y llegué al andén cuando llegaba.

Cuando llegué a casa, descubrí que el conejo de Pascua no se había olvidado de mí.


¿Quieres saber más?

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