lunes, 30 de diciembre de 2013

Hagamos el balance

Aunque todavía queden algo más de cinco minutos para la cuenta atrás y no esté en la Puerta del Sol bebiendo champán, un día como hoy me parece un momento perfecto para hacer el balance de lo bueno y malo que tanto repite la canción de Mecano estos días.

Después de una semana en casa, rodeada de familia y amigos (y no tan amigos) sé que quiero volver a mi rutina alemana. Uno de los principales miedos que tenía de estas pequeñas vacaciones era "¿y si no quiero volver?", ¿"y si la tranquilidad de mi casa gana a las broncas por posesión de piezas de legos de colores especiales?". Puedo decir desde aquí que no. Quiero volver, quiero seguir aprendiendo, quiero seguir discutiendo con los niños para abrazarnos como si no hubiera mañana a los cinco minutos. Pero antes de profundizar en todo esto, el balance.

¿Qué ha sido lo "peor" de estos meses como au pair? ¿Qué tendría que mejorar?

-La adaptación y la mini depresión. Estos procesos van de la mano, y aunque parece que a nosotras no nos va a tocar, nos toca. Mi HM ya me avisó que entre la tercera y la sexta semana es un periodo difícil y lo clavó totalmente. Después de llevar en Alemania un mes y pico, se me cayó el mundo a los pies. El origen de mi desconsuelo fue que las cosas no salían como yo quería o, mejor dicho, como yo esperaba. Yo pensaba que después de un mes allí ya lo entendería todo, hablaría semiperfectamente y podría tener una vida normal. Ya os podéis imaginar que esto, evidentemente, no fue así. No sé si fue por autosugestión o porque realmente no entendía nada, pero no podía comunicarme. Lo entendía todo por el contexto, es decir, entendía una palabra y ya suponía lo que quería decir todo. Eso me llevó a una inseguridad constante porque siempre tenía la sensación de que me perdía algo, de que había algo que no había hecho o que simplemente no había entendido bien. Y como todo, esto era un círculo vicioso: no hablaba porque no hablaba bien, no hablaba bien porque no hablaba. Y así. Por suerte un día (después de tres meses allí y cuando estaba a punto de volver para navidades) mi cabeza hizo click y empecé a entender relativamente todo, dejó de darme vergüenza preguntar por esto o por lo otro, dejó de darme vergüenza hablar mal. ¿Sabéis por qué? Yo tampoco.
Si alguien pasó por esto, sabrá de lo que hablo. Si alguien todavía no se ha ido pero está a punto, que no se preocupe, que estos momento son los que nos ayudan a darnos cuenta de lo que realmente queremos. Si alguien está pasando por este periodo, que no se preocupe, porque igual que viene, se va.

-Las peleas con los niños. Si no lo he dicho antes, lo digo ahora, yo no había cuidado de un niño en mi vida. Pero sí que sabía lo que tenía que saber y lo más importante: esto no es un trabajo sencillo. Pero claro, la teoría es una cosa y la práctica otra... Mi carácter y el de los niños (unido a esa minidepresión, que lo complicó todo) chocaron demasiado, haciendo que muchas veces tuviera grandes peleas con ellos por cosas que, reconozco, no eran para tanto. Este nuevo año espero no tener tantos problemas con ellos y disfrutar de sus ocurrencias y sus juegos (que para tener 6 años a veces hacen construcciones que ni un ingeniero cualificado, ojocuidao)

-Abusar demasiado del español. Todas nos venimos con la idea de no hablar ni una palabra de español. No, no, no, nada de español. Solo de vez en cuando, al hablar por skype con nuestra familia, enviar un correo y poco más. Bueno, yo quiero confesar que he abusado totalmente del español. Es más (y aquí es cuando os escandalizáis y os ponéis la mano sobre la boca con una expresión de horror) hay días que he hablado más español que alemán, y no pocos. 

-Conocer gente nueva. Llegamos con la ilusión de tener un grupo de amigos con nacionalidades de lo más variadas y poder hablar alemán (o el idioma respectivo, claro) las 24 horas del día. Bueno, ya podéis imaginar que esto no ha sido así. No sé si la suerte no estuvo de mi lado o que el grupo internacional todavía me está esperando, pero es inevitable juntarse con españoles cuando al mínimo "hombre, ¿qué  hace un español por aquí?" ya te has ganado un amigo. Que sí, que me estaréis recriminando que hay más formas de conocer otra gente y de practicar más. Ya lo sé, pero llega un momento que te aferras a lo que conoces por miedo a lo desconocido. Y sí que es verdad que debería haber salido a buscarlo en lugar de esperar a que llovieran del cielo.

¿Qué ha sido lo bueno de este año? ¿Qué me gustaría que se repitiera?

-Salir de casa. Parece una tontería, pero para mí esto ha sido un paso de gigante. No solo por la decisión de coger las maletas, sino por toda la "oposición" que he tenido desde que me fui. Si hay algo de lo que estoy orgullosa, es de eso.

-La familia. Yo me quejo, porque soy muy quejica. Pero sé que no podría estar mejor en otra familia. Me dan mi intimidad, respetan mi tiempo libre, me pagan mi sueldo puntualmente, me dan el bono mensual para viajar en tren cada primero de mes, se preocupan de que coma bien y de lo que me gusta, me compran Nesquik y mermelada de fresa... ¿Qué más se puede pedir? Mentiría si dijera que no hemos tenido problemas, pero ¿en qué casa no hay problemas?

-Los niños. Estos días, he hablado mucho de los niños. Que si dicen esto, que si dicen lo otro, que si se comportan así, que si se comportan asá. Hasta que una amiga me dijo "¡Ni que fueran tuyos!". Claro que no son míos, pero sí que se establece un vínculo au pair-niños que hasta ahora no sabía ni que existía. Que eso no quiere decir que haya días que acabe de ellos hasta las narices, con ganas de hacerme una ligadura de trompas con el cuchillo del queso. Pero los momentos buenos los ganan, y creo que no todos pueden decir algo así.

-La ciudad. Me encanta. Así, sin paños calientes. Me encanta Brühl (ya haré una entrada con fotos para dejaros con la boca abierta) y me encanta que esté tan cerca de Colonia, a la que considero como mi segunda ciudad. Este año espero pasar más tiempo en este pueblecillo, recorrerlo de arriba a abajo y empaparme de sus parques y jardines.

-La comida. Tenía que hacer un apartado especial para esto porque, de verdad, se lo merece. En mi familia (la de verdad) no se cocina mal, pero se cocina siempre lo mismo. Llevamos comiendo los mismos platos desde que tengo memoria y, claro, llegar a una casa donde cada semana hay algo diferente, platos distintos y riquísimos, ha sido una de las mejores cosas aquí. Y para ejemplificar mis palabras, sabed que hasta que no llevaba allí un mes y pico no repetimos plato.

Planes para el año que viene, propósitos y buenas intenciones.
Tengo la sensación de que escribiendo esto por aquí me sentiré obligada a cumplirlo.

-El alemán. Ya tengo fichados varios cursos de alemán que voy a hacer sí o sí. El año pasado solo hice uno y me supo a poco, así que este voy a sacar mis ahorros de debajo del colchón y los voy a invertir en cursos. Voy a hacer un curso de fonética (el que haya estudiado alemán sabe que esto no es un paseo), un curso de conversación y un curso intensivo de B2. Al final me decidí por repetir el B2 porque sé que todavía me falta mucha mucha base de vocabulario básico, expresiones del día a día...

-Deporte. Bueno, este era un aspecto en el que no estaba muy segura porque no soy nada fan del deporte. Pero ya que tengo tiempo libre, dinero y pocas ganas, voy a aprovechar para quitarme de encima los kilos de más y dejar de agotarme por subir las escaleras de la casa más rápido de lo normal.

-Viajar. Este año no he viajado nada. No por falta de ganas, sino por falta de compañía. Pero este año que entra intentaré viajar más, visitar más sitios y aprovechar que estoy en un país que me encanta. (Sé que alguien me va a matar, pero en todo este tiempo todavía no he ido a Bonn. Sí, yo también me odio por ello, ¡pero lo haré!).

-Conocer gente nueva y practicar más. Yo soy una miedosa, lo admito. Y eso de quedar con gente que no conozco o amigos de amigos me suena al principio de un capítulo de Mentes Criminales. Bueno, este año intentaré vencer ese miedo, hacer más tándems y conocer a más gente.

Me siento bastante optimista con todos estos propósitos. Ya sé lo que es estar mal y sin ganas de nada y sin querer seguir adelante. Ahora toca sentirse bien y disfrutar de la experiencia.

Y para que nos vayamos preparando para el año que entra, la banda sonora de toda casa española en Noche Vieja:


¡Feliz Año Nuevo a todos, caritas lindas!

martes, 17 de diciembre de 2013

¿Orgullo o deshonra?

No hay más que abrir un periódico para saber cómo está la situación en España. La frase "las cosas andan mu' mal por aquí" no tarda en salir cuando alguien habla sobre el presente y son muchos los que tienen (tenemos) un futuro incierto por delante. Ante la escasez de oportunidades y la presión de vivir en un país que cada día se desmorona más y más, son muchos los jóvenes (y no tan jóvenes) que se arman de valor, hacen la maleta y se marchan a otros países a buscar ese futuro que en España parece inalcanzable. Ya sea para aprender un idioma nuevo o encontrar un puesto de trabajo acorde con lo esperado, con la fecha de vuelta marcada en el calendario o sin una respuesta precisa ante la pregunta "¿cuándo vuelves?", con planes de futuro a largo plazo o con el  carpe diem por bandera, los motivos no faltan para dejar atrás lo conocido, coger un avión y adentrarse en los horrores y maravillas de un mundo nuevo. Muchos fracasan y vuelven a los meses con una sensación de derrota porque, quizás, no lo hayan intentado con todas sus fuerzas o porque, quizás, la suerte no ha estado de su parte; otros cumplen un ciclo, regresan a sus casas y continúan su vida como si solo hubieran pulsado el botón de pausa; algunos pocos, deseosos de aventura y nuevos aires, vuelven a cambiar de país para empaparse en una nueva cultura... Pero todos, TODOS tienen algo en común: el valor. Porque las cosas estarán como estarán, pero no todo el mundo se atreve (o no puede, pero ese es otro cantar)  a hacer la maleta. El idioma, el choque cultural o vivir sin jamón serrano, además de la familia y los amigos que se dejan atrás, son barreras gigantescas que no todo el mundo se atreve a traspasar. 

Después de prácticamente cuatro meses aquí, de haber pasado momentos buenos y no tan buenos, haber discutido, haber llorado y haber reído me siento au pair de verdad y quiero decir, y decirlo muy alto, que estoy muy orgullosa de ser lo que soy, de ser au pair. Y es que, si para emigrar hace falta valor, para ser au pair hace falta mucho más. No solo contamos con los problemas a los que todo emigrante se enfrenta, sino que además sumamos el hecho de vivir en una familia que, independientemente del país, tiene su propia idiosincrasia, sus defectos y sus virtudes; cuidamos a unos niños que, bueno, son niños; asumimos una serie de responsabilidades que antes no nos podríamos imaginar... Nos arriesgamos a caer en una familia que no nos proporcione la comida que necesitamos, que nos haga trabajar más de lo estipulado (y cuando digo trabajar no me refiero a hacer un par de horas extra a la semana, digo ser tratadas como unas criadas), a que la estancia se convierta en una tortura sin más salida que volver a casa con una decepción en la maleta. Son muchos los riesgos que corremos, porque por Skype o en fotos la familia puede parecer muy simpática, pero la realidad puede ser otra. Y puede que sí, que la familia sea la más encantadora del mundo, pero puedo asegurar que a las 7 de la mañana y con la legaña todavía puesta, las cosas no son tan bonitas (la convivencia, le pese a quien le pese, es un gran enemigo). A pesar de que mucha gente piensa que esto es un chollo ("¿Tú trabajas? Pero si solo cuidas de dos críos unas horicas y poco más") no es ni mucho menos tan fácil como parece.

¿Y por qué esta entrada? ¿Por qué hoy no me quejo del frío que hace o de las excentricidades de mi HM? ¿Por qué este arrebato de orgullo? Porque no hay nada peor que ser la deshonra de la familia. O por lo menos así es como me siento cuando mi madre me dice frases como: "no digas nada del sueldo a los abuelos, a ver si se van a pensar que estás ahí trabajando" o "yo le he dicho a la vecina que estás estudiando en una residencia, ¡qué no se piense que estás fregando platos!". Y como estas, muchas otras más. Fregaré platos, sí, y limpio mocos de vez en cuando, pero no por ello dejo de estar orgullosa de lo que hago. No por ello me parece que lo que hago no es digno de mencionar o, ni mucho menos, es algo que esconder. No me parece más indigno ser au pair que estudiante erasmus, o que cualquier otro trabajo. Las ganas que tenía de volver a casa se han esfumado después de escuchar frases como "acuérdate de que los tíos se piensan que estás estudiando, no se te vaya a escapar algo". Ahora mismo me invade una sensación de rabia y tristeza. Rabia porque no se dan cuenta del valor y la capacidad de decisión que hay que tener para estar en esta situación y tristeza porque no podré hablar abiertamente de todo lo que me gustaría, de mis niños, de sus chistes y sus comentarios. En cuanto baje del avión me convertiré en una malabarista, siempre atenta de las palabras que digo y de las que no digo, inventando mil y una mentiras para justificar que esté estudiando en el extranjero y viviendo en una familia. Como si tan raro fuera que hoy en día alguien tenga que buscar otras formas de salir para aprender un idioma que no sea el tan famoso erasmus o contrayendo una deuda de por vida.

No sé si habrá por ahí alguna otra "oveja negra", pero chicas (y chicos, claro) si es así, sentiros orgullosos de lo que hacemos, de las experiencias que vivimos, de todo lo que estamos aprendiendo y lo que todavía nos queda por aprender. Que nadie nos diga lo contrario, que nadie se avergüence. Y si, como en mi caso, es así, sentir lástima por esas personas que no ven más allá de sus narices y del que dirán.

sábado, 14 de diciembre de 2013

Vuelve, a casa vuelve, por Navidad

Puedo resumir los meses de noviembre y diciembre en una palabra: enfermera. Eso es lo que he sido estas últimas semanas, literalmente. 
En noviembre, uno de los pequeños se puso enfermo y me tuve que quedar con él prácticamente toda la semana (menos un día se que se lo llevó la abuela). Si habéis cuidado a niños os podréis imaginar el desgaste psicológico que esto supone. No solo tienes que quedarte en casa "y ya está". No. Tienes que estar con él, jugar con él, preguntarle constantemente si tiene hambre o sed, medirle la temperatura y sobre todo, acostumbrarte a ser el objetivo de sus rabietas: que si el termómetro está muy frío, que si la tostada lleva mucha mantequilla, que si los macarrones están muy calientes y 5 segundos después están frios... Y aunque llegué al punto de querer extrangularle, en estas situaciones hay que tener kilos y kilos de paciencia. Y es que el niño que está enfermo, y con enfermo me refiero a una fiebre infernal, temblores, pocas o nulas ganas de comer y otros síntomas que, a mi en algunos casos, llegaron a desbordarme, por ejemplo cuando la fiebre le subió a  más de 40º, no tiene otra forma de demostrarlo que llorando por todo y quejándose por todo (que, dicho sea de paso, no dista mucho de lo que hacen algunos adultos). Todo esto  formó un cóctel explosivo que desembocó en un niño llorando por una mezcla de dolor y aburrimiento y una au pair buscando desesperadamente algo con lo que entretenerlo. Pero no había nada porque, evidentemente, un niño con 40º de fiebre no quiere jugar a nada, ni hacer nada. Simplemente esperaba que chasqueara los dedos y se les pasara el dolor. Ya os podéis imaginar el cuadro. En esos momento recurrí a los recuerdos de mi infancia intentando buscar ayuda. ¿Qué hacía mi abuela cuando estaba tan enferma que no me podía levantar? Ponerme la tele. Parece la típica solución de "niño, ponte a ver la tele y déjame en paz", pero puedo asegurar que en esos momentos el niño lo necesita. Necesita algo con lo que entretenerse, dejar de pensar en los virus que le están recorriendo el cuerpo y, mientras tanto, poder estar tumbado o sentado tranquilamente. Más de una vez se me pasó la idea por la cabeza, lo reconozco, pero aquí la tele es un aparato demoníaco que capta las almas de los niños y los condena al fuego eterno. Así que nada de tele y mucha paciencia. 
Después de una semana con este panorama, llegó mi deseadísimo fin de semana. Lo NECESITABA, con letras mayúsculas y todo. Un día más así y no sé que hubiera sido de mí. Pero, inocente de mí, no me paré a pensar que los mellizos son unos envidiosos y todo lo que tiene uno lo tiene el otro. Así que la semana siguiente se puso enfermo el pequeño número 2 y vuelta a empezar (para más información, volver a leer desde línea 3). Además, este fue más difícil porque si bien es verdad que la tele está condenada el primero se entretenía mucho con los audiolibros, es decir, libros leídos en voz alta. Eso me dejaba un par de horas al día para hacer cosas tan necesarias como ducharme o recoger la cocina. Pero el pequeño número 2 no. Y lo entiendo, eso de escuchar así porque sí sin tener un punto al que mirar, a mí también me aburre (o mejor dicho, me entra sueño).

Milagrosamente, sobreviví a esas dos semanas sin muchas secuelas. Pero no os penséis que ahí se quedó la cosa, ni mucho menos. Después de una semana de tranquilidad absoluta, el pequeño 1 (qué difícil es diferenciar a los mellizos sin decir sus nombres, como no puedo decir "el mayor" o "el pequeño") se puso enfermo del estómago. Y nada, otra vez en casa y otra vez de enfermera, aunque esta vez solo fueron un par de días. Y, como ya habréis adivinado, luego se puso malo el otro y vuelta a empezar. Pero esto todavía no ha terminado. Al pequeño 1 le operaron la semana pasada (nació con problemas de espalda y necesita ser operado cada X meses), y esta semana se ha quedado en casa porque todavía lleva los puntos y no se sentía seguro al ir a la guardería. Por lo menos esta semana, dado que no está "enfermo" hemos estado jugando, decorando velas, escuchando villancicos (una y otra vez, el mismo CD de villancicos, UNA Y OTRA VEZ), jugando... Ha sido más ameno para los dos, y eso se agradece.  

Semana a semana hemos llegado, sin darme prácticamente cuenta, a los últimos días aquí antes de volver a casa después de casi cuatro meses. ¡Cómo pasa el tiempo!

Anécdotas y cosas a destacar de estos días:

Rompí un bol y me llamaron rompeboles. Hace una semana, estaba fregando un bol cuando se me resbaló de las manos, se cayó al fregadero y se rompió en cuatro trozos. Lo primero que pensé fue: qué golpe más tonto. Os puedo asegurar que la distancia desde la que cayó fueron unos 10 centímetros, más o menos. Como era un bol blanco, normal y corriente del  Ikea (vamos, que no tenía pinta de reliquia familia), no le di más importancia. Lo dejé a un lado para que el padre lo tirara en el cubo correspondiente (mis conocimientos de reciclaje no llegan a "porcelana" o similares) y ya está. Bueno, pues poco después el padre me preguntó que qué había pasado. Le expliqué lo ocurrido y me olvidé del tema. Pero a los dos días volvió a preguntarme. Mi cara fue como ¿eing? Me preguntó si es que el bol estaba frío y el agua caliente y que por el contraste de temperaturas se podía romper. Le dije que sí, que eso ya lo sabía (oye, que seré española, pero hasta ahí llegan mis conocimientos escolares), pero que simplemente se me había resbalado. Pues nada, ahora cada vez que friego algo y hago un ruido más fuerte de lo normal (un golpe, un algo) pregunta alarmado: ¿se ha roto? Me está entrando un complejo de Eduardo Manostijeras digno de psicólogo.

Los niños y las cenas. La semana que el pequeño 1 estuvo en el hospital, tuve que hacer la cena para el pequeño 2. Como aquí son muy de comer sano, el primer día le hice un sofrito de verduritas (que quede claro que era uno de mis platos favoritos de pequeña) que, no es porque lo cocinara yo, pero me quedó de cásting de MasterChef. Pues el pequeño 2 llegó a la mesa, lo vio, dijo que no le gustaba y no probó bocado. El padre, que estaba delante, tampoco le insistió mucho. Y ahí me quedé yo, cenando en silencio mientras el chiquillo se comía directamente el postre.Y ya que estoy, voy a aprovechar este párrafo para quejarme abiertamente. Mi HM cocina de lujo y además platos que no son "típicos" (mucha comida oriental, italiana, incluso algo ruso). Y los niños se lo comen. Bueno, pues cuando yo cocino arroz con salsa de tomate (casera, hecha por mí) o verduritas, no les gusta. Y ni si quiera lo prueban. Supongo que los padres darán por hecho que no he cogido una sartén en mi vida cuando a mí me encanta cocinar. Así que a partir de ahora voy a "cocinar" lo que sé que les gusta y dejo de complicarme la vida: macarrones con salsa al pesto (de bote, por supuesto), palitos de merluza, crepes y cuatro congelados al horno.

Amor infinito a los mercadillos de navidad. Los adoro. Me declaro fan incondicional. En Colonia hay más de 15, aunque no he tenido la oportunidad de ver más de 4. Aun así, el ambiente, los olores, los puestos, me encantan. Menos mal que vuelvo a casa la semana que viene, porque si no mi sueldo íntegro se quedaría en los puestos de comida. Y es que, con el lema "no me voy de aquí sin probar esto", no hay quien  ahorre y muchísimo menos, quien haga dieta. 

Weinachtsmarkt am Dom

Brühler Weinachstmarkt

Weinachtsmarkt auf Neumarkt
Aachner Weinachtsmarkt


Adventskalender y Sankt Nikolaus. Sé que hace dos entradas echaba pestes de mi HF, pero ahora las cosas van bastante mejor. Por lo menos ya no tengo la sensación de que la estoy cagando cada dos por tres. Y, en estas fechas tan señaladas, no se han olvidado de mí. Lo primero es el Adventskalender (calendario de Adviento, para entendernos). Yo siempre había visto el típico con sus ventanitas y su chocolatina dentro, pero esto está muy visto y mi HM tiene preparado uno más especial y personal que no solo tiene chocolatinas y ositos Haribo, sino pulseras, cosillas para el pelo... Un encanto.
Aunque no se ve bien, son como saquitos con forma de estrella

Y, por supuesto, Sankt Nikolaus no se olvidó de mí. Y eso que se me olvidó poner las botas en la puerta.



Ahora estoy con los planes para el próximo trimestre (ya veis, me he vuelto así de alemana en lo que a la previsión se refiere). 
Ya me he apuntado al gimnasio para empezar el año que viene. Seguro que en vuestra clase del colegio/instituto había una chica o chico que le pasaba de todo en las clases de gimnasia: golpes, caídas, intuición nula para chutar la pelota... Yo soy de ese grupo. No por falta de ganas, sino porque nací con un sentido inexistente para el deporte. Pero claro, entre las delicias que cocina mi HM, la comida basura que ingiero cada vez que salgo y los dulces me están pasando factura y no quiero tener que reservar un asiento especial en el avión de vuelta a casa. Así que un día hablé conmigo misma y asumí y que, aunque no es santo de mi devoción, ahora que tengo la oportunidad, el tiempo y el dinero, voy a aprovecharlo. De esa manera el tiempo se me pasará más rápido, será todo más ameno y no volveré a casa pareciendo un elefante. Todo positivo.
Y ahora llega el momento encuesta. Estoy consultando los cursos para el año que viene y he encontrado uno de C1 por las mañanas en Colonia. Pero también hay otro de B2 en Brühl. El curso que hice este trimestre fue un B2.2, por lo que se supone que debería coger el C1. Pero, siendo sincera, no quiero meterme en un C1 cuando sé que todavía me quedan muchas cosas por aprender y que no tengo un B2 totalmente "consolidado", por lo que me inclino más por el curso en Brühl. Sin embargo, hacer el curso en Colonia podría ampliar mis opciones de conocer a otras au pairs por la zona, aunque visto lo visto, no me parece una apuesta muy segura... Si hay por ahí algún alma caritativa que quiera echarme una mano, estaré encantada de leer consejos y recomendaciones.

Y esto ha sido todo. Estoy deseando volver a casa y poder salir a desayunar en pijama, dormir en mi cama, ver series on line, descargarme nueva música y libros (tanta legalidad me está matando xD).
No sé si volveré a actualizar antes de Año Nuevo, por eso espero que las que os vayáis a casa como yo disfrutéis de las fiestas, los villancicos, el jamón serrano y la ensaladilla rusa (¡cómo la echo de menos!) y a las que os quedáis, espero que viváis las Navidades extranjeras y que los Reyes Magos no se olviden de vosotras, aunque esteis lejos de casa.

¡Un besito, caritas lindas! 

¿Quieres saber más?

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