martes, 26 de enero de 2016

¿Y después?

Así soy yo. Un día me vengo arriba y escribo emocionadísima una entrada en el blog porque voy a volver a ser au pair y... Me olvido.

Bueno, no me olvido. Simplemente, la cosa no salió bien. La famosa familia de Mallorca nunca dio señales de vida (que una piensa, ¿qué cuesta decir "lo siento, hemos encontrado a otra"? En fin). Estuve hablando con otra familia de un pueblo perdido de Austria: cuidar a un niño dos días a la semana (llevarlo a clases, recogerlo, hacerle la cena... Lo típico) y estar en casa cuidando de los gatos/perros (ya no me acuerdo xD) entre semana. La verdad es que la madre parecía majísima y, lo mejor, las fechas coincidían con las que yo podía irme. ¿Qué pasó? Bueno, lo primero que me echó para atrás fue que querían que estuviera medio agosto en su casa SOLA cuidando los animales mientras ellos se iban de vacaciones. Sinceramente, esa es una responsabilidad que no estaba dispuesta a asumir. Me imaginaba a mi sola, viviendo sola en una casa a saber dónde, en un país donde no conocía a nadie (que no era Deutschland, no, era Austria) cuidando de gatos/perros y asustada por las noches imaginándome al hombre del saco entrando por la ventana. Lo segundo que terminó de desconvencerme fue que como el pueblo estaba a tomar vientos, el viaje (solo de ida) se salía por unos 400 €. Y eso si la familia venia a recogerme a la ciudad de al lado y volaba en la bodega del avión. Así que, mi ilusión por volver a ser au pair se fue por donde había venido.

Y con ello, mi presencia en este rinconcito de internet, claro.

¿Y por qué vuelvo ahora? Pues porque el otro día me acordé de mi blog. Ese que tantas alegrías me daba cuando estaba fuera. No había día que no me metiera para leer las aventuras de Ana, las excursiones mendigueras de Ampelfrau (aunque por aquella época no escribía, todo hay que decirlo) y los consejos de Apaga y vámonos. De verdad, prometo que me entraba TODOS los días. Me conocía la mayoría de blogs del mundillo y ¡hasta dejaba comentarios! Sí, sí, como lo cuento. Pero bueno, un buen día dejé de ser au pair y este blog que tantas horas me había alegrado y que tanto me había entretenido pasó al olvido. Y hoy, por casualidades de la vida, me ha dado por volver a entrar. Menos mal que en internet no hay polvo, porque si no esta página estaría llena de pelusas (¿os imagináis qué pasaría si Google fuera ensuciando los blogs abandonados? Yo volvería de vez en cuando solo para que no apreciesen  cucarachas...). Bueno, que me lío. 

Y al meterme, he visto que este blog sigue recibiendo visitas a pesar del abandono y ¡que todavía recibo comentarios! Es decir, hay gente que dedica algo de su tiempo a leer mis alegrías y dramas aupairiles y que además ¡comenta que les han gustado! De verdad, no podría haber mayor recompensa a tantas horas escribiendo delante del ordenador. ¡Muchísimas gracias! Y después de la euforia, me he acordado de que nunca escribí nada sobre mi vida después. Muchos planes, eso sí, pero nada real. Y es algo que muchas au pairs hacemos. Hablamos mucho de nuestra vida allí, pero ¿qué pasa cuando vuelves?

Intentaré ser breve.

Cuando volví, fue fantástico. Y eso no hay nadie que lo niegue. En ese momento, la pena por haber dejado atrás una etapa de tu vida se ve eclipsada por tu familia, tus amigos, tu cama, tu nevera, tu ensaladilla rusa... En fin, te sientes pletórico. O por lo menos así me sentía yo. Además, como mis últimas semanas fueron algo complicadas (los niños de vacaciones, au pair 24 horas... ¡horror!) volver a casa fue maravilloso. Atrás quedaron los madrugones, los niños llorando, las discursiones, los "te has comido las manzanas que no eran"... En fin, volví a tomar las riendas de mi vida. O eso creía.
La euforia duró una semana. La semana siguiente fue horrible. Lo prometo. Me sentía "extraña" en mi propia casa. Estaba de muy mal humor, me enfadaba por nada. Mis padres no insistieron mucho y me dejaron a mi bola. Menos mal, porque aquí la que escribe estaba insoportable. Supongo que se me juntaron muchas cosas. Estaba deseando volver a casa, de eso no hay duda, pero mi cabeza todavía no había asumido que la vuelta era definitiva. Y dar ese paso mental, cuesta mucho. También he de reconocer que tuve un final algo amargo con mis amigas de Deutschland, y ver desde Facebook que vivían mi ausencia como si nada, me dolió un poco (que queréis, una que tiene amor propio). Mis amigas de España tampoco colaboraron mucho, la verdad, porque ellas tienen su vida y sus historias. El calor de agosto en tierras alicantinas, las playas saturadas, las ganas de coger un tren y no poder, de coger la bici y no poder, de que estuviera nublado (nublado jajajajaja) y que siempre brillara el sol... La menda se hundió pero bien. Supongo que el problema principal, al margen de todo lo anterior, fue que pasé de estar muy ocupada (y si no lo estaba, me lo inventaba) a no tener nada que hacer. Pasé de estar siempre de un lado a otro, a estar en mi casa "encerrada". Menos mal que la salvación llegó pronto.
Este estado me duró un par de semanas, pero poco a poco se fue pasando. Solo hay que aclimatarse y adaptarse a las nuevas circunstancias. Septiembre llegó con nuevos planes y muchas cosas que hacer, tantas que hasta me olvidé de muchas otras. Entre la universidad, el curso de italiano que hice en la escuela de idiomas y que encontré el hobby de mi vida (siiiii, ¡hacer ganchillo!) el año pasó volando. El verano, al final, me quedé en casa vegetando cual ameba, pero no me arrepiento. Este año estoy muriendo en mi último año de carrera y ahora me meteré de lleno en el temido TFG que más de un disgusto me ha dado ya.

Como veis, la vida sigue. Es difícil hacerse un hueco, eso está claro. Por un lado, tú has cambiado (y si no has cambiado, raro...). No es que vuelvas con tres ojos y cuatro dedos en cada mano. Se trata más bien de algo personal. Te has hecho mayor, por lo menos en parte. Una madura mucho cuando tiene dos mellizos a su cargo, cuando tiene que cuidar a un niño con 40º de fiebre, cuando tiene que recoger un pájaro muerto de en medio de la entrada y cuando se recorre seis ciudades sola. Y claro, aunque tengamos la sensación de que ese año que hemos estado fuera, el resto del mundo haya vivido en pausa (¿le pasa a más gente o solo a mí?), hay que recordarse que mientras tú te ibas a visitar cementerios, tus amigos se han quedado aquí avanzando con sus vidas. Y muchos de ellos han avanzado sin ti. Cuando vuelves te das cuenta de quién te ha echado de menos de verdad y quién no. Quién tiene interés de verdad en volver a verte y escuchar tus andanzas y quién no. Quién quiere recuperar el tiempo perdido y quién no. Y duele mucho ver que amigas del alma de toda la vida han pasado un año sin ti y les ha importado más bien poco, pero así es la vida. En esos momentos te das cuenta de quién está ahí de verdad, y eso no tiene precio. Sobre todo, el año fuera se nota en la universidad. ¡Cómo no! Mi grupo de amigas de la uni (todos tenemos un grupo de amigos de la universidad y otro de amigos de toda la vida ¿verdad?) iban un curso por delante, nos veíamos poco, teníamos el tiempo justo para hablar entre clase y clase... En este sentido, también te das cuenta de quién está ahí de verdad, quién coge el autobús a las 9 de la mañana teniendo clase hasta las 9 de la noche para quedar contigo por la mañana para ir a comer al burger de al lado del campus, quién está en whatsapp para escucharte hablar mal del pesado de turno... Muchas otras personas, incluso amigos que pensabas que eran más cercanos, se convierten en simples conocidos que saludas por los pasillos. Pero así es la vida. En mi caso, he de reconocer que el año que me fui de au pair se fueron varias amigas de mi clase (algunas de au pair, otras de erasmus, otras a trabajar... Cosas que pasan en la carrera de traducción), por lo que cuando volví a clase nos juntamos bastantes de los rezagados y el año "perdido" se notó bastante menos. Eso sí, algo indescriptible pasa en tu estómago cuando ves como todos tus amigos se gradúan, como la gente con la que empezaste la carrera se gradúa y celebran que han terminado y tú... Tú estás ahí, de observador. 

Pero una cosa quiero decir (y con esto termino, de verdad, voy a subir la entrada sin revisar ni nada, ¡a lo loco!) nunca nunca nunca me he arrepentido de mi año como au pair. Ni los días de bajón, ni cuando vi a mis amigos graduarse, ni cuando asumí que dejaría de ver a mi  rubia del alma por los pasillos de la facultad porque ella ya ha terminado, ni cuando se piensan que tengo un año menos... Nunca. Y para mí, sigue siendo una de las mejores etapas de mi vida, a pesar de los altibajos (¡especialmente por los altibajos!).

Estas navidades, mi Host Mum me mandó un regalo, una bolsa de tela que ponía "Winter is coming... Crochet faster!" (cosas frikis nuestras...). Llegó el día de nochebuena y mi padre lo escondió y me lo dio por la noche, con los regalos de navidad. Creo que hacía tiempo que no me emocionaba tanto con un regalo, porque me recordó tantos momentos, tantas historias, tantas anécdotas, que fue imposible guardarlo todo dentro. Y yo, que soy más fría que un cubito, me puse a llorar. Y con eso es con lo que me quedo. 

Un beso muy muy grande a todos los que hayan leído este rollazo entrada.

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