martes, 19 de agosto de 2014

Quitando telarañas y reprogramando actitudes

Seguro que habíais pensado que ya me había olvidado del blog y que no iba a contar nada de mi vuelta y de mis últimos días por tierras alemanas, ni nada de nada. Que lo iba a dejar todo como J.K., con un final abierto y un "¡hala! ¡Inventad lo que queráis!". Pues no, ni soy tan millonaria ni tan cruel como J.K. y no podía terminar mi aventura como au pair sin anunciarlo en este blog, que que contiene lo que considero la esencia de este año. Y aquí esto, señores y señoras, en otro país, en otra habitación, con otro ordenador y un calor que me muero (oh sí, el maravilloso clima alicantino) disculpándome por casi un mes de silencio bloggeril.

Si os soy sincera (y como este es mi blog y hago lo que quiero, lo seré) no he tenido ganas hasta ahora de escribir. Quería esperar a adaptarme de nuevo, a acoplar quien soy ahora con la vida de quien era antes, a que las maletas dejaran de acaparar el espacio principal de mi habitación... De momento, ni he conseguido terminar de adaptarme, ni todas mis cosas están ordenadas (todavía tengo un par de cajas rondando por la habitación huérfanas de sitio en mi armario/estantería), pero hoy me he levantado con ganas de escribir y de volver a aburriros con mis historias y dramas personales.

De momento no me planteo echar el cierre al blog. Es más, me gustaría seguir escribiendo cosas nuevas, anécdotas y reflexiones propias de la vida au pair, además de cosillas más relacionadas con Alemania y el alemán que, a la larga, será de lo único que pueda hablar. Creo que este pequeño rincón que considero propio será lo único que dentro de un tiempo más o menos largo me siga manteniendo en contacto con mi antigua vida. Y si además alguien de por ahí encuentra algo útil entre tanta palabrería, mucho mejor.

Sería imposible resumir  mi último mes en Brühl en un par de líneas, así que me explayaré en una entrada a parte. Pero si hay algo que puedo asegurar, es que no fue un mes fácil. No por las despedidas, por la presión de la cuenta atrás, si no porque eses volví a sentir que no encajaba, casi como al principio. Y claro, una que está con las maletas por el suelo y los calcetines amontonados en una esquina, siente que a pesar del tiempo, de los esfuerzos y de las ganas infinitas, la cosa no ha cuajado, que no ha servido para mucho y que sigo sin tener un "hueco" en el mundo. Lo sé, mi capacidad de pensar en positivo estaba esos días de vacaciones en alguna playa menorquina. Pero como ya he dicho, esa es otra historia y será contada en otro momento.

La vuelta ha sido, en pocas palabras, rara. Ya comenté que no estaba del todo preparada para volver. Las últimas semanas tan duras hicieron que quisiera volver, pero las perspectivas de sentir que nada había cambiado aquí me hacían no querer volver. Tenía ganas de volver y de no volver. A la vez. Que haya vuelto con la cordura intacta es un misterio que todavía investigan científicos de todo el mundo. Pero bueno, lo acabas "asumiendo" y te ves sentada en un asiento de avión, llorando como una magdalena, mientras que la alemana de al lado te dice que no te preocupes, que volar es muy seguro.

Y la vuelta, ¿qué os puedo decir? La primera semana no está mal, hay mucha gente que te quiere ver (o no) y que dicen que te han echado mucho de menos (o no). Yo tuve que tomar algunas decisiones un poco amargas, como la de mandar a paseo a un par de amigas que si no hubiera sido por mis estados de Facebook no se habrían enterado de que estaba fuera. Pero supongo que eso también tiene que ver con madurar y hacerse mayor. Apartar de nuestro lado a la gente y las cosas que no nos aportan nada (o peor aún, nada bueno) y quedarnos con los que de verdad nos ayudan día a día.

Y aunque sé que suena a cliché y a lo que todo el mundo dice siempre, la experiencia te cambia, y mucho. Yo no soy la chica que se subió a un avión el 26 de agosto hace un año. No soy mejor ni peor, soy diferente. He aprendido tantas cosas que me sorprende a mí misma. Me he enfrentado a un montón de situaciones que nunca llegué a pensar que viviría. He viajado sola por Alemania, he quedado con gente desconocida, he recogido animales muertos de la alfombra, varias veces y a menudo sin forma definida. He lidiado con niños porculeros, los he odiado hasta el infinito y los que querido mucho más. He jugado a juegos con más ganas que ellos y he discutido por ver quien había ganado. Ha llorado y he reído. Lo he pasado muy mal y lo he pasado muy bien. He aprendido que las lavadoras no se ponen solas y que las cocinas no se limpian solas. Y he aprendido alemán.

Sí, ha sido un buen año.

¿Quieres saber más?

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...