domingo, 28 de septiembre de 2014

Mi familia

Habéis leído quejarme de ellos infinidad de veces, pero no os dejéis engañar por mi vena quejica porque la verdad verdadera es que los adoro.
Y lo triste es que no es hasta que lo ves de lejos cuando realmente empiezas a darte cuenta de lo que tenías. Ya conocéis lo de "no valoras lo que tienes hasta que lo pierdes", ¿verdad? Pues eso.

Mi HF fue una de las primeras familias en escribirme cuando creé el perfil (madre mía, parece que ha pasado una eternidad ya). Estuvimos mucho tiempo hablando, con correos por aquí y correos por allá, hasta que al final hicimos una llamada por skype (desastrosa, todo hay que decirlo) y milagrosamente me eligieron a mí. Aunque he de decir que lo del famoso "flechazo" no fue conmigo. No "supe desde el primer momento que estaba hecha para ellos" y no "fue una conexión mágica", ni tantas cosas dulces e irreales que se oyen por ahí. Y no por eso nuestra relación fue peor ni mucho menos, cuidado. Al fin y al cabo hay que ser conscientes de que no estamos buscando una segunda familia, sino gente con la que podamos pasar un año lo más a gusto posible. Esto no es una película de amor, ni buscamos al hombre de nuestra vida, así que seamos realistas.

En fin, que me lío.

La familia con la que conviví durante once meses y dos semanas estaba formada por el padre, la madre, mis mellizos adorables y dos gatos más adorables todavía.

Mi HD es un señor alemán de los pies a la cabeza. Y con alemán quiero decir meticuloso y tocapelotas. Así, sin paños calientes. Con esto no quiero decir que me llevara mal con él ni nada por el estilo, pero era el más serio de la familia y le gustaba que todo estuviera en su sitio a su hora. Y claro, a veces esto llevaba a alguno problemillas. Me explicó varias veces en qué trabajaba, pero sinceramente, nunca terminé de entenderlo. Sé que era el jefazo de un banco, y según un apunte del mellizo 1 tenía una silla de despacho muy grande, pero hasta ahí llegó mi entendimiento. Y, como ya comenté varias veces, tenía una pronunciación digna de canal de radio codificado. El día que conseguí entender todo lo que dijo supe que había dado un gran paso en el estudio del alemán.

Mi HM es, en pocas palabras, una super mamá. Trabajadora, tesorera de la asociación de padres de la guardería, miembro de un grupo de tejedoras, manitas, estudiante, cocinera semi profesional, artista y madre de mellizos. Ella se encargaba de todo, desde que se levantaba hasta que se acostaba, de los críos, de la casa, de los gatos, de los vecinos. ¿Que había una fiesta en el Kindergarten? Ahí estaba ella. ¿Que había que arreglar no sé qué? Ahí estaba ella. Siempre atenta a todo, siempre pendiente de todo. Era un encanto de mujer y muy abierta. Había vivido en mil partes del mundo: en Francia, en Italia, en Estados Unidos, en Inglaterra... Se dedicaba en cuerpo y alma a sus hijos, los levantaba, jugaba con ellos, les leía cuentos por las noches... Yo de mayor quiero ser como ella. Y el tiempo que sacaba libre lo dedicaba a tejer, a hacer bolsos con pantalones rotos, a coser ropa para los niños... Lo dicho, una super mamá.

¿Y qué puedo decir de mis niños del alma?
Para ser mellizos no se parecen ni en el color de los ojos ni en el rubio del pelo. Eran niños muy curiosos, les interesaba todo lo que les pudieran contar y luego lo repetían con aires de grandeza. Los vestían (pobrecitos míos, yo me intentaba rebelar pero no me dejaban) con polos, como niños repollo y cada uno tenía unos colores de jersey determinados (rojos, naranjas y azul oscuro para uno, verde, azul y amarillo para otro).

El mellizo 1 me ha llevado de cabeza todo el año. Era un sabiondo, el típico niño que te corrige y al que le coges un poco de asquete. Era muy activo, le encantaba el fútbol, correr, subirse a lo más alto de las cosas. Siempre intentando ser el jefecillo del grupo. Intentaba someter al hermano, obligarle a hacer lo que él quería y a veces lo conseguía. Y aunque ahora mismo lo esté describiendo como la encarnación de satanás en versión mini, lo echo muchísimo de menos. Le encantaba aprender cosas nuevas, palabras nuevas. Memorizó un par de palabras en español que me soltaba cuando menos lo esperaba ("Patri, du bist bonita" Patri, eres bonita) y le encantaba la música, a pesar de no tener mucho oído para cantar (fíjate, como yo).

El mellizo 2 era, es y será el niño de mi corazón. Tenía sus rabietas, sus lloros inesperados, sus cabezonerías, pero yo le quería igual. No podía verle llorar o que le riñeran. Era un niño bastante independiente, le gustaba hacer las cosas él mismo, y con mal genio cuando lo pillabas de mal humor. A pesar de quererle infinitamente, le odiaba cuando me echaba de la habitación por las mañanas, con su mal humor y su cara de dormido (fíjate, como yo). Le encantaba pintar y escuchar audiocuentos, además de ser un apasionado de los trenes y conocer todos y cada uno de los tipos de locomotoras habidas y por haber. Él es a quien más echo de menos y a quien tengo unas ganas locas de volver a ver. 

Y por supuesto, no podría olvidarme de los gatos. Mango y Kiwi (invitados de honor en la esquina inferior izquierda de la cabecera del blog). En invierno se sentaban conmigo en el sillón cuando leía y les encantaba que les acaricien. Si los llamas vienen a ti y puedes estar rascándoles la cabeza horas y horas. La gata, Kiwi, era más independiente y pasaba más de todo, pero el macho, Mango, es el gato-perro más adorable del mundo entero. Aunque mi amor por ellos se vio afectado en primavera, cuando empezaron a traer ratoncitos muertos y a dejarlos en medio de la alfombra con los consiguientes "oh dios mío qué asco". 

¡Ah! Esta entrada no podría estar completa sin mencionar a los abuelos maternos. Los padres de mi HM vivían en una casita cerca de la nuestra y se encargaban de un montón de cosas relacionadas con los críos, sobre todo de llevarlos y recogerlos de sitios en coche. La abuela, o como le gusta que le llamen, Nonna, era lo contrario a una abuela que os podáis imaginar. Era una señora muy culta, hablaba unos seis idiomas (entre ellos español) y había vivido en muchas partes del mundo. Os puedo asegurar que nadie adivinaría los 80 años que tiene, ni como tampoco los 80 del abuelo, mejor dicho Nonno. Al padre de mi HM no le traté tanto, solo hola o adiós cuando recogía a los niños, y mi principal problema con él era si llamarle "doctor", "señor", o por el nombre de pila. 

A casi dos meses de haber vuelto puedo decir que daría lo que fuera por volver y que me muero de ganas de volver a saludar a cada uno de ellos. Eso quiere decir que no ha ido tan mal ¿verdad?

domingo, 14 de septiembre de 2014

¡Quién te ha visto y quién te ve!

Si hay algo que se repite en todos los blogs y que a todas nos encanta decir es eso de "esta experiencia te cambia mucho". Pero no lo decimos por decir, no, es la pura verdad. Claro que durante el proceso puede que no nos demos cuenta, pero una vez regresas a tu hábitat natural te das cuenta de la cantidad de cosas que ya no ves con los mismo ojos o que no entiendes como podías hacer eso hace solo un año.

En mi caso, esto fue lo que cambió de un año para otro:

En Alemania decidí dejar de lado el Colacao de toda la vida por una taza de café. Al principio no le veía la gracia, y ahora lo tomo por gusto. 


Antes de salir de mi casa no hacía mucho en cuanto a las tareas del hogar se refiere (ventajas de tener una madre de las de "quita, que tú no sabes, ya lo hago yo"). Después de un año, sé que soy totalmente capaz de poner una lavadora, una secadora, pasar la aspiradora, limpiar una cocina, fregar cacerolas y muchos muchos más.


Volví a engancharme a la lectura. Con los líos de la universidad, esto y lo otro, dejé los libros de lado. Leía de vez en cuando y libros que me recomendaran. En Alemania redescubrí lo que me gusta leer, meterme en una historia y verme reflejada en unos personajes. ¡Y ahora también en alemán!


Antes era una obsesionada del móvil, lo admito. Que si Whatsapp para arriba, que si Facebook para abajo... El año como au pair no tuve móvil con internet (de hecho, mi móvil de allí era un Samsung que lo más avanzado que tenía era la pantalla a color) y pude sobrevivir. Y de hecho me gustó mucho. Ahora que todo vuelve a "la normalidad" intento mantener distancia con él y no ser una whatsapp-dependiente de nuevo.


Aprendí a organizarme el tiempo. Si quería estar en un sitio a una hora, tendría que salir de casa con tanta antelación y hacer el camino de tal forma, entre otros ejemplos. Aunque parezca una tontería, esto era algo que antes no contemplaba y, oye, ayuda mucho a llevar una vida más o menos organizada.


Aprendí lo que es convivir con otras personas que no eran mi familia. Esto lo conocemos todos los que vivimos en casa de nuestros padres. ¿Quién no ha visto platos sucios en el fregadero y ha pensado "que lo haga otro"? ¿O ha dejado algo en el lugar que no tocaba sin el más mínimo remordimiento (con el consiguiente "mamá, ¿has visto mi no sé qué? ¡Si lo dejé aquí mismo!")? Cuando vives fuera de la "confianza" de tu casa aprendes que hay cosas que son o no son aceptables. Y esto, para el futuro, ayuda.


Conseguí arreglar situaciones que me superaban a mí misma. Cuando no puedes más, cuando has tenido un día horrible, cuando has aguantado una tarde entera a un niño poseído por el mismo demonio, cuando te encuentras un pájaro destripado en medio de la alfombra del recibidor... Ahí te ves con la vida real cara a cara, sabes que no puedes hacer otra cosa que seguir hacia delante, porque no hay vuelta atrás. En otras circunstancias lo hubiera mandado todo a tomar por saco, pero cuando toca, toca. Y lo mejor es saber que lo has hecho y lo has conseguido.


Antes era una adicta a las series. No podía vivir sin saber qué había pasado en el último capítulo de Anatomía de Grey o qué habría pasado entre Damon y Elena. Las leyes alemanas son muy duras con los que se descargan archivos de forma ilegal y yo tampoco quise arriesgarme a meterme en páginas de visualización on line, así que decidí hacerme abstemia por un año. Oye, y no se estaba mal. El día tiene más horas cuando no te pasas unas cuantas enganchada al ordenador.


Aprendí a valorar el dinero. Esto me parece muy importante para gente que, como yo no, había trabajado nunca y vive de las pagas de nuestros padres. Cuando trabajas y sabes lo que realmente cuesta ganarte ese dinerillo, aprendes a valorarlo más y a plantearte en serio cómo puedes gastarlo de la mejor manera si quieres que te dure hasta fin de mes.


Y lo más importante, durante este año aprendí a ver la vida desde otra perspectiva. Empecé a plantearme mi futuro, qué era lo que quería hacer y qué era lo que de verdad quería alcanzar. Parece una tontería, pero cuando ves la vida fuera de tu "zona de confort" descubres que hay muchas cosas que no sabes o que ni si quiera te has planteado. ¿Qué haré después de terminar la carrera? ¿A qué me dedicaré al terminar? ¿Tendré que irme otro año al extranjero? Y aunque he de reconocer que todavía no tengo respuestas a esas preguntas, lo veo de una forma que sé que antes no la habría contemplado.

¿Quieres saber más?

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