Como lo leéis. Seis meses ya desde que aterricé en el aeropuerto Cologne-Bonn con una maleta llena de ropa y una cabeza llena de ideas desordenadas. ¿Me adaptaré bien? ¿Me entenderé? ¿Me entenderán? ¿Me llevaré bien con los niños? ¿Me moriré de hambre?¿Me estarán esperando de verdad, o ha sido todo una broma?
Todavía recuerdo ese primer día, la primera mañana, el primer despertar. Casi casi como si fuera ayer. Cuando conocí a mis monstruítos rubios de ojos azules, sus miradas de emoción y algo de vergüenza (sobre todo en mi Mellizo 1 que, a día de hoy, es el niño de mis ojos). Me acuerdo de cuando el Mellizo 2 me dijo "estarás con nosotros un año entero". Fue como un jarro de agua fría. Claro que sabía que venía para tanto tiempo, pero enfrentarme a ello cara a cara... Eso fue otro cantar. Y yo, que soy la reina de las preguntas sin respuestas, no podía dejar de pensar en lo que pasaría si la rutina de aquí no me gustaba, el trabajo, los niños, el idioma... ¿Cómo podría aguantar un año haciendo algo que no me gustaba? ¿De verdad merecía la pena tanto esfuerzo?
Pero, consciente de que hablaban los nervios, hice de tripas corazón y empecé a vivir mi nueva vida. Lejos de los exámenes, los trabajos, las clases y los profesores. Lejos de todo sobre lo que, hasta el momento, había girado mi vida entera desde que tenía memoria.
Y no fue fácil. El olor de una casa nueva tan diferente y "hostil", la incomodidad de hacer mi día a día en un entorno diferente, la vergüenza de no saber dónde estaba mi lugar, la frustración de no poder expresarme como debería...
Es lo que pasa con este tipo de aventuras. Te lo puedes plantear de mil maneras en tu cabeza, llevar mil planes, mil ideas, mil formas de hacer esto o lo otro. Puedes estar totalmente convencida de tu decisión, ser optimista a más no poder. Pero a la hora de la verdad... ¡Ay! Una no puede evitar pensar ¿dónde me he metido?
Han sido seis meses interminables y rápidos a la vez. Rápidos por los buenos momentos e interminables por los malos (de los que, desgraciadamente, ha habido unos cuantos). Siempre supe que me costaría adaptarme, encontrar un hueco en este nuevo mundo. Pero fueron tres meses de adaptación que casi acabaron conmigo. Tres meses de desganas, de malas caras, de mal humor, de días malos y días peores. No me planteé dejarlo todo y volver a casa porque siempre supe que el problema no era de la familia, sino mío. Y a día de hoy sigo pensando que otra familia no hubiera solucionado esos problemas. Y desde luego volver a España mucho menos.
Y al final, un día, al borde de la desesperación, de haber hecho de enfermera semanas y semanas hasta la extenuación, de vivir con la permanente sensación de perderme algo, de que me dejaba algo, un agobio de pensar que todo lo que hacía, decía o incluso pensaba era incorrecto... me desperté con un hueco, con esperanza, con ilusión. No me preguntéis como pasó porque todavía no le encuentro explicación. Supongo que fue la llegada de las navidades. Pensar que volvería a casa, con los míos, mi familia, mis amigos (o al menos lo que quedaba de ellos después de tres meses fuera) me abrió la puerta a pensar que, al volver, todo podría cambiar y ser diferente. O que, por lo menos, me esforzaría por intentarlo. ¿Curioso, verdad?
Y al final, un día, al borde de la desesperación, de haber hecho de enfermera semanas y semanas hasta la extenuación, de vivir con la permanente sensación de perderme algo, de que me dejaba algo, un agobio de pensar que todo lo que hacía, decía o incluso pensaba era incorrecto... me desperté con un hueco, con esperanza, con ilusión. No me preguntéis como pasó porque todavía no le encuentro explicación. Supongo que fue la llegada de las navidades. Pensar que volvería a casa, con los míos, mi familia, mis amigos (o al menos lo que quedaba de ellos después de tres meses fuera) me abrió la puerta a pensar que, al volver, todo podría cambiar y ser diferente. O que, por lo menos, me esforzaría por intentarlo. ¿Curioso, verdad?
Y ¿qué puedo decir de mi vida hoy, seis meses después? No me puedo quejar. Y no es que no me queje, que me quejo, pero no puede ser más diferente a la del año pasado. Es inevitable tener algún día que otro malo, con la cabeza llena de pájaros y la mente más allá que acá. Pero por lo general, me siento muy optimista.
¿Qué cosas me siguen pasando después de medio año en tierras alemanas?
Seis meses es un periodo considerable, pero todavía hay cosas que me pasan como si de la primera semana se tratase. Por ejemplo, me sigo despertando desorientada. Cuando suena el despertador por las mañanas, los primeros diez segundos son de caos total de "¿dónde estoy?".
Mis niños me siguen odiando por la mañana. Y lo comprendo. Toda la vida he odiado a mi madre por despertarme para ir al colegio, como mínimo los primeros 10 minutos del día. Qué ingenua era yo al pensar que los "déjame en paz" y los "no enciendas la luz y vete" durarían solo unas semanas. Eso sí, no puedo evitar perdonárselo todo cuando bajan a desayunar con una sonrisa de oreja a oreja y un "buenos días" que alegraría a cualquiera.
Aún así, sigo teniendomuchas peleas con estos bichos. Y es que, como alguna vez he asumido en este blog, yo no había cuidado de un crío en mi vida, o por lo menos el tiempo suficiente para entender la importancia de una colleja bien dada (algo que por cierto está prohibidísimo y, en mi opinión, quitaría muchas tonterías). Y claro, como una tonta pensé que eso sería solo al principio, hasta que aprendieran a "respetarme". JA. Si en el párrafo de antes he dicho que muchas mañanas llegan a la cocina con una sonrisa, no son pocas las que llegan con cara de pocos amigos, pidiendo guerra desde el momento que entran por la puerta y se niegan a plantar su bonito plato de plástico en la mesa. Niño con ganas de pelea + au pair recién levantada y sin un café en el cuerpo. Ya os podréis imaginar el resultado.
Y podría seguir contando cosas, pero las dejaré para otro día.
Eso sí, no todo es tan negativo o, por lo menos, ya no soy tan novata.
Mi alemán patatero ha evolucionado a un alemán no tan patatero pero muy lejos de ser "perfecto". Pero oye, poco a poco, todavía me quedan seis meses más para seguir practicando. ¡Por cierto! Ya casi me he adaptado a la forma de hablar de mi HD, y casi casi entiendo todo lo que dice.
Mis niños me siguen odiando por la mañana. Y lo comprendo. Toda la vida he odiado a mi madre por despertarme para ir al colegio, como mínimo los primeros 10 minutos del día. Qué ingenua era yo al pensar que los "déjame en paz" y los "no enciendas la luz y vete" durarían solo unas semanas. Eso sí, no puedo evitar perdonárselo todo cuando bajan a desayunar con una sonrisa de oreja a oreja y un "buenos días" que alegraría a cualquiera.
Aún así, sigo teniendo
Y podría seguir contando cosas, pero las dejaré para otro día.
Eso sí, no todo es tan negativo o, por lo menos, ya no soy tan novata.
Mi alemán patatero ha evolucionado a un alemán no tan patatero pero muy lejos de ser "perfecto". Pero oye, poco a poco, todavía me quedan seis meses más para seguir practicando. ¡Por cierto! Ya casi me he adaptado a la forma de hablar de mi HD, y casi casi entiendo todo lo que dice.
Además ya no me pierdo, ni en Colonia ni en Brühl. De hecho, ya no llevo los planos de las ciudades como un accesorio más en mi bolso. Más o menos me oriento en ambas ciudades y hasta sé indicar a otra persona cómo llegar a otro sitio. Que no tiene mucho mérito porque me muevo siempre por las mismas zonas, pero aquí lo dejo.
Esta entrada tiene un aroma a despedida. O por lo menos es la sensación que me da ahora al releerla y quitar burradas. Aunque bien pensado sí que es una despedida. Digo adiós a los meses más tristes, a sentirme perdida y desorientada. Eso ya queda para el recuerdo.
Foto de familia ;) |
¡Cómo iba a olvidarme de ellos! Nuestras frutas tropicales: Kiwi y Mango |